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"Vocación es un darse a Dios, con tal ansia, que hasta duelen las raíces del corazón al arrancarse" Beato "Lolo"







Me agradará enormemente compartir vuestras alegrías, pero mucho más lo hará el que podamos superar juntos las dificultades que se nos presenten en la que, sin duda, será la mayor aventura de nuestras vidas. Para ello podeis escribirme cada vez que lo deseeis a escalandolacima@gmail.com




jueves, 29 de diciembre de 2011

Una felicitación atípica

Es posible que muchos de vosotros hayáis pensado que olvidé felicitaros la Navidad y otros que, entre el ajetreo propio de estos días, no había tenido tiempo de actualizar el blog. Pues bien, la verdad es que no ha sido ni una cosa ni otra. Había decidido retrasar esta entrada a conciencia y si lo he hecho no es por otro motivo que el llamar vuestra atención sobre qué es lo que felicitamos realmente en estos días.

Sin ánimo de entrar en las valoraciones que cuestionan el Nacimiento de Jesús en pleno invierno y lo sitúan en plena estación seca. Sin querer debatir sobre los elementos que muchos consideran propios de leyendas orientales como la aparición de seres alados y señales luminosas en el cielo, lo cierto es que tenemos un hecho crucial, el Nacimiento del Hijo de Dios y un primer mensaje dirigido no a los más sabios ni a los jefes religiosos, sino a unos pobres pastores, un grupo de personas humildes a las que se anunció “Paz a los hombres de buena voluntad”.

En estos días recordamos aquellos acontecimientos y las ciudades se llenan de representaciones típicas en las que se nos hace ver como Aquel que todo lo tenía, que podía haber elegido cualquier lugar y circunstancia para venir al mundo, se decantó por lo más sencillo y humilde, de este modo nos hacía ver que lo más importante no es esa gloria terrena que pretendían los israelitas con su esperado Mesías, sino la eterna del cielo. En definitiva, se vislumbraba el mensaje “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma?” No significa, ni mucho menos, que en nuestra vida terrena tengamos que estar penando y sufriendo todo tipo de calamidades para alcanzar la eternidad. El propósito es otro; se trata de que no nos aferremos a lo perecedero, al envoltorio, a lo que deslumbra pero es efímero. Que por conseguir esos bienes no seamos capaces de olvidar los más elementales principios humanos y nos fabriquemos nuevos becerros de oro a los que adorar.

Las circunstancias que actualmente se viven parecen conducirnos de forma irremediable hacia un mundo más insolidario, donde los ricos serán cada vez más ricos y los pobres más pobres. Esta situación que se vivía en el llamado Tercer Mundo, parece asentarse ya en la vieja Europa donde las diferencias sociales se van acentuando a un ritmo acelerado. Por eso, precisamente, no quise dar el mensaje de “Feliz Navidad” cuando todos, por costumbre, lo hacen.

¿A quien debo felicitar por el Nacimiento de Jesús? ¿A esos políticos corruptos, parásitos de la sociedad, que llevan décadas aprovechándose de un sistema creado por ellos y para ellos y ahora pretenden dar lecciones de austeridad diciéndole a los demás que los recortes son inevitables? ¿Debo felicitar acaso a esos banqueros –no a los altos, sino también a esos directores de sucursal- a los que importó más la cuenta de resultados de su oficina (comisiones para ellos incluídas) que el luchar contra sus superiores para que no se asfixiase por falta de financiación un pequeño negocio? ¿Acaso debo mandar mis felicitaciones a esos sacerdotes que han sucumbido al coche de alta gama, al ipod último modelo y a la iglesia parroquial con suelo radiante? ¿O tal vez a esas Comunidades que se encierran cómodamente en sus conventos el día de Nochebuena y no salen a la calle para sentar en su mesa a los que se encuentran sin un techo, enfermos o solos?...

La verdad es que no sabía muy bien a quien felicitar, si a esa Justicia que es lenta como tortuga para los banqueros que se han asegurado retiros multimillonarios y han dejado en quiebra a su entidad, o a la que es ultrarápida para deshauciar a unos pobres ancianos que avalaron con su piso al hijo que ahora no puede pagar. No sabía si estar sonriente en una Misa del Gallo donde veo a familias disimular una felicidad que no es cierta después de verse obligados a compartir una cena donde la mitad no se sentían cómodos, o dar los dos besos a las que cubiertas de pieles leen las lecturas en el altar. Tampoco supe si debía enviar mi felicitación a quienes en el centro de Madrid celebrarán una vez más una liturgia en la que se nos presentan como el modelo ideal de familia cristiana, descartando otras formas de expresar el amor, o debía reservarme para aquellos prelados que han escrito cartas incendiarias pero que miraron para otro lado cuando algunos sacerdotes faltaban a sus más sagrados deberes en sus propias diócesis.

La verdad es que, ante la duda, decidí no felicitar a nadie en el día de Navidad y lo hice como protesta, una protesta que iría dirigida a mí mismo en primer término. Protesto porque en nuestros corazones sigue habiendo enemistades, rencor y falta de solidaridad. Protesto por que somos egoístas y hasta los que decimos seguir a Jesús, estamos más preocupados por nosotros mismos que por aquellos que nos rodean. Protesto porque apenas quedan amigos leales y auténticos y porque nos tomamos, yo el primero, la llamada del Señor como algo que cogemos sin dar cambios radicales a nuestras vidas, centrándonos en nuestras conveniencias y, muchas veces, olvidando por completo a los demás. Por todo ello, no transmití entonces mi felicitación, permitidme, no obstante, que pueda hacerlo ahora. Y lo hago porque, aunque es cierto que en este mundo que nos ha tocado vivir cuesta ver la buena voluntad de los hombres, no lo es menos que el Nacimiento de Jesús supone cada año una nueva esperanza, la misma que hoy me lleva a creer que seremos capaces de cambiar poco a poco nuestro corazón, y en mi caso al firme propósito de hacerlo a partir de este momento.

Con mi deseo de no tener que ilustrar más la Navidad con la imagen de una publicidad bancaria, junto a un árbol navideño como telón de fondo de una pobre ancina que pide limosna tirada en la calle mientras los viandantes pasan ignorándola con las compras de unos grandes almacenes, quisiera enviar un abrazo fuerte a todas aquellas personas de buena voluntad.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Tiempo de espera y conversión

Son ya pocos los días que nos separan de la Navidad. Durante varias semanas hemos estado preparándonos para la llegada de Cristo, para ese Nacimiento que ha de darse en nuestro corazón. Imagino que cuando José llegase con María a aquel pobre establo, intentaría acomodar a la Madre limpiando con sus propias manos el lugar en el que habría de nacer el Niño. Nosotros, imitando al Santo Patriarca, deberíamos también limpiar nuestro interior, eliminando todas aquellas inmundicias que nos impiden ser mejores personas. Es tiempo de reconciliación, de entregarnos a nuestros hermanos y poner por principio en nuestras vidas el Amor que inspira siempre un niño recién nacido.

Como reflexión para estos días, quisiera compartir con vosotros un mensaje que desde Guatemala me hacía llegar un joven amigo para el que os pido vuestras oraciones ya que con el inicio del nuevo año desea comenzar su discernimiento para el sacerdocio.


Adviento, época de conversión

Estamos muy cerca de celebrar la época mas bella del año, el nacimiento de Cristo, el nacimiento del Libertador de los oprimidos.
Es por tal motivo que la "santa madre Iglesia", nos da un tiempo de preparación y conversión.

Preparad los Caminos del Señor, es a lo que nos invita el profeta Isaías. Con la simple palabra preparad, nos dice Convertiros, conviertanse, pero el convertirse implica un cambio verdadero y radical, la conversión es volver los ojos a Dios.
El volver los ojos a Dios, quiere decir ver a Dios en el prójimo osea a nuestro lado y no en el cielo.
Cuando se vuelven los ojos a Dios y te conviertes de verdad, TODO empieza a cobrar sentido y por fin el AMOR Y EL PERDÓN cobrán su verdadera y auténtica dimensión.

Muchos piensan que la conversion es dar limosna, confesar los pecados y rezar, pero... es mucho mas que eso, la conversion es perdonar ofensas, pues para que pedir perdón a Dios, sino lo hacemos primero con el prójimo? también es bendecir y dar la mano a quién lo necesita.

La conversión que Dios quiere es un corazon dispuesto a entregarse al prójimo, es el servicio incondicional con el oprimido, es una ayuda al desconsolado. En pocas palabras es ser para los demas.

Todos los dias debemos preguntarnos si nuestro corazon es un pesebre digno, para el ncimiento de ese niño que cambio el rumbo de la historia. Vivamos estas épocas con regocijo espiritual y No de una manera consumista y materialista...

Todavia estamos a tiempo para convertirnos, nunca es tarde!!!!!!!!!!!

Dios le bendiga y desde ya les deseo una Santa y bella Navidad.....
 
PD: el adviento no solo debe ser una vez al año, ni mucho menos la conversion, hagamos lo posible para que nuestra vida sea un adviento y conversion eterno y agradable......


Un Saludo en Cristo

miércoles, 14 de diciembre de 2011

En una noche oscura

El 14 de diciembre de 1591, en el convento de los carmelitas de la ciudad jiennense de Úbeda, entregaba a Dios su alma el que había nacido cuarenta y nueve años antes en Fontiveros (Ávila) como Juan de Yepes Álvarez, tomó el nombre de fray Juan de Santo Matías cuando ingresó en la Orden del Carmelo y lo cambió más tarde por fray Juan de la Cruz, cuando comenzó su labor reformadora que le llevaría a ser cofundador de los Carmelitas Descalzos junto a Santa Teresa de Jesús.

Al igual que ocurre con otros grandes santos del renacimiento español, su figura merecería en sí una entrada mucho más amplia, pero... ¿qué destacar en ella? ¿su profunda espiritualidad? ¿su misticismo? ¿su vida entregada y su capacidad de sacrificio?... La verdad es que resultaría erróneo quedarse con una sola de las facetas que le caracterizaron porque es el compendio de todas y cada una de ellas las que forjaron el espíritu de quien expresó más bellamente la natural tendencia del alma a su Creador.

San Juan de la Cruz es además ejemplo de perseverancia en la lucha contra las adversidades, muy especialmente las que surgen dentro de la propia Iglesia. Por ese motivo, debería ser también un especial abogado para quienes, a veces, encontramos incomprensión donde esperábamos recibir apoyo. Para quienes sufren rechazo por querer vivir de forma más intensa y pura el mensaje de Cristo y el verdadero carisma de una Orden. Para todos los que abandonan las comodidades del cuerpo para alcanzar la perfección del alma y para quienes, finalmente, se resisten a que algunas comunidades religiosas se conviertan en reuniones de señoras y señores solteros que, poco a poco, se han ido relajando dejándose seducir por tantas y tantas cosas que, casi sin darnos cuenta, nos van apartando cada vez más de Dios.

Como este santo avulense que hoy celebramos fue también nombrado patrón de los poetas españoles, ¿qué mejor manera que acompañar esta entrada de una de sus más sentidas composiciones? Por lo demás, como viene siendo habitual en el blog, os dejo también un enlace biográfico para quien desee conocer más detalles sobre vida y la página de los Carmelitas Descalzos a los que particularmente deseo aparezca un nuevo Juan de Yepes que les inculque el fervoroso deseo de entregarse a Cristo como lo hicieron aquellos sencillos frailes reformadores.

http://www.corazones.org/santos/juan_dela_cruz.htm

http://www.carmelitasdescalzos.com/


viernes, 9 de diciembre de 2011

Un tema para la nostalgia

Aún no había nacido cuando esta producción hispano mexicana cautivó los corazones de cuantos vieron en la gran pantalla como aquella joven novicia conquistaba con el Amor ... y un poco de ingenio :), a cuantos se encontraban junto a ella. Yo no conocí esta película hasta varias décadas después... pero hubo una escena que me gustó mucho y que hoy, como tributo a Nuestra Madre, reproduzco a través de la primera canción que muchos tal vez escuchen con una cierta nostalgia... la misma que nos lleva a la inocencia de los años en los que aún no pensábamos en las dificultades que se nos irían presentando en nuestras vidas.


jueves, 8 de diciembre de 2011

Por el día de la Inmaculada

Cuando el pasado verano me hice cargo de este blog, os anunciaba que del mismo modo que fue otra persona la que lo inició, yo lo continuaría y esperaba de vosotros, de todos los que de una manera u otra participáis de él, lo hiciérais propio y a través del correo que os dejaba pudiéseis expresar vuestras opiniones y sentimientos, sobre todo teniendo en cuenta que, tal vez, lo que nosotros pensamos es algo que no sea de interés de muchos, pueda ayudar a más personas de las que creemos. Hoy, cuando se aproxima el medio año de la nueva andadura en esta página y también se acercan a 6.000 las visitas de distintos paises y de todos los continentes las que han pasado por la página, aprovecho para transcribir la entrada que me ha hecho llegar nuestro amigo Javier (sin ánimo de ser cobista, os aseguro que su amistad estaría también disponible para vosotros) y desear que muy pronto seáis también vosotros los que mandéis vuestras reflexiones, opiniones, alegrías o tristezas para que las compartamos entre todos y también entre todos podamos llevar este pequeño proyecto adelante... ¿no me querréis dejar a mí toda la responsabilidad, eh?? :) Venga¡¡¡, sed generosos y echarme también una "manecilla", o lo que es lo mismo, ayudadme, en esta tarea que el Señor nos encomienda a todos y cada uno de nosotros: Hacer llegar a nuestros hermanos el mensaje de su infinito Amor.


¡Ha nacido Inmaculada!


 
“Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los meritos de Cristo Jesús Salvador del genero humano, está revelada por dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída” (bula Ineffabilis Deus). Con estas palabras el Papa Pío IX proclamaba, el 8 de diciembre de 1854, el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

En pleno siglo XIX  se vivía la “edad de la restauración” en su variedad de ideologías y direcciones.

La instancia restauradora se alimenta del cúmulo de errores de la Revolución francesa. La ascensión al poder de Napoleón culmina con la proclamación del Imperio (1804) que abre una época de despotismo que destruye los últimos residuos del iluminismo. El Congreso de Viena (1814-15) restaura el status quo del antiguo régimen.

El retorno al pasado supone el rechazo de los ideales revolucionarios de libertad e igualdad considerados como los incitadores de la disolución. La iglesia condena la libertad de culto, de pensamiento y de imprenta, mientras que algunos defienden el privilegio de las clases dominantes y la estructura jerárquica de la sociedad puesto que “en el cielo, sobre la tierra y más todavía allí en el infierno no hubo ni habrá jamás igualdad de rango, de gloria y de pena” (G. Grimaldi).

A la restauración se opuso el catolicismo liberal que auspiciaba un acuerdo entre la iglesia y el mundo.

Pero como hemos visto es también el siglo de la definición de la Inmaculada Concepción tras un largo y difícil camino de ocho años. En principio se propuso unir la definición mariana con la condena de lo errores modernos pero se abandono la idea.

La entusiasta acogida de la definición por parte de las naciones católicas muestra la sintonía con el sensus fidelium, al tiempo que revela una corriente favorable al privilegio.

La exaltación de la Virgen se articula en el XIX junto a una cierta mengua de su condición de simple mujer.

Por una parte los católicos defienden –en polémica con los protestantes- que María no es un mero “bloque de arcilla”, sino más bien “una persona en intima y espiritual relación con Cristo” Esto significa que María no es Inmaculada por sí misma, como si fuera sólo una excepción, una especie de capricho que Dios ofreciera para la madre de su Hijo. No es un capricho, ni una ruptura de un Dios que, pasando por encima de sus leyes, habría dejado de cumplir lo establecido dentro de la historia. La Inmaculada pertenece “al orden nuevo de la redención”, al camino de surgimiento mesiánico: Jesús nace en un mundo de ley y de pecado (Gal 4, 1-4); pero nace, al mismo tiempo, de la vida y la promesa de Dios que ha ido actuando en la historia. Dios mismo ha preparado cuidadosamente el nacimiento de Jesús sobre la tierra (como victima de amor sobre el pecado). Pues bien, como elemento principal y casi necesario de ese nacimiento encontramos a María.

Conforme a este modelo, la Inmaculada Concepción sería solo “don de Dios”, el signo más intenso de su gracia previniente. Allí donde ese Dios ha permitido que otros hombres penetren ya manchados en la lucha de la historia y deban decidirse por el bien desde una vida que comienza inmersa en el pecado, el mismo Dios ha decidido que María no padezca y sufra esa batalla. Por eso la libera por anticipado. En vez de redimirla en un momento posterior, cuando ella misma hubiera ya asumido el bien en Jesucristo, Dios la ha liberado y redimido en un momento precedente: la ha librado ya en el mismo momento de su origen. Por eso ella ha nacido Inmaculada.

Los teólogos distinguen la plenitud absoluta de la gracia, que es propia de Cristo; la plenitud de la suficiencia, común a todos los ángeles; y la plenitud de superabundancia, que es privilegio de María y que se derrama con largueza sobre sus hijos. “De tal manera es llena de gracia que sobrepasa en su plenitud a los ángeles; por eso, con razón, se la llama María, que quiere decir iluminada (…) y significa además iluminadora de otros, por referencia al mundo entero”, dice Santo Tomás de Aquino.

En esta solemnidad de la Inmaculada, hacemos el propósito de pedirle ayuda siempre que en nuestra alma nos encontremos a oscuras, cuando debamos rectificar el rumbo de la vida o tomar una determinación importante. Y, como siempre estamos recomenzando, recurriremos a ella para que nos señale la senda que hemos de seguir, la que nos afirma en la propia vocación, y le pediremos ayuda para recorrerla con garbo humano y con sentido sobrenatural.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Valorando a los amigos

El mensaje que quería transmitiros a través de esta entrada ya aparece reflejado en el vídeo. ¿Qué tal si en este momento pensáis en esos amigos a los que ya hace tiempo que no le habéis dicho lo importantes que son para vosotros?... ¿Ya?... Pues venga, ¿a qué esperáis para llamarlos, enviarle un correo o darle ese abrazo fuerte que les transmita la lealtad, la entrega, el compañerismo y, sobre todo, el Amor, que va unido siempre a la Amistad verdadera? Por mi parte, aquí lo tenéis, y mi correo escalandolacima@gmail.com abierto también a vuestros mensajes para compartir lo bueno y también lo que a veces nos entristece en esta vida. Un abrazo bien fuerte.

El patrón de la Amistad

Un buen amigo dura para siempre... eso me enseñaron desde pequeño, como también aquello de que "Quien tiene un amigo tiene un tesoro". Hoy celebramos a un santo español, San Francisco Javier, figura clave junto a San Ignacio de Loyola en la Compañía de Jesús. Conocido como el Apóstol de las Indias y proclamado también como el patrón de la Amistad. Desde que conociera a San Ignacio en la Universidad de París, su camaradería fue tan profunda que se convirtió en uno de los grandes impulsores de los jesuítas. Su biografía, tan apasionante como la de los grandes santos del siglo XVI, merecería una entrada mucho más amplia y especial que la que brindan estas sencillas líneas, pero hoy, aprovechando que rememoramos la fecha en la que su alma buscó la vida eterna junto al Padre, quisiera agradecer vuestra amistad a cuantos venís compartiendo este blog y colaborando en él de una forma u otra. A vosotros me debo y todos nos debemos a Jesús, el Amigo que nunca falla. Permitidme que de una manera especial dedique esta entrada a un amigo cordobés que está llevando a cabo el prenoviciado jesuíta, y saltando regiones, a Javier que, en tierras aragonesas, me pedía hoy parecerse, aunque solo fuese un poco, al santo del que recibe el nombre. A todos, gracias por estar ahí y mi deseo de que la frase de San Francisco Javier "Ay de mí, si no anuncio el Evangelio" pueda convertirse en un máxima en nuestras vidas, no como una simple teoría sino como el reflejo de la práctica de un comportamiento con los demás verdaderamente cristiano. Un comportamiento que nos haga merecer el considerarnos divulgadores del Mensaje de Jesús.

Para aquellos que tengáis interés en la vida de este santo, os dejo el enlace en el que aparece una amplia biografía suya: http://www.corazones.org/santos/francisco_javier.htm

domingo, 27 de noviembre de 2011

Vencer las dificultades

¿Quien de vosotros podría decir ahora mismo que no tiene ninguna dificultad en nada o que no conoce a nadie que la tenga? Todos tenemos problemas en nuestras vidas y si decidimos vivir plenamente nuestra vocación tendremos también presentes las tristezas, los agobios, las dificultades de los demás. Sin embargo, si queremos salir victoriosos, ante esos inconvenientes, en los momentos más duros tenemos que recordar las palabras que dijo Jesús cuando hizo algunos de sus mayores milagros "Basta con que tengas Fe". Quedémonos con el mensaje que nos deja este simpático vídeo y hagámonos hoy mismo la promesa de comenzar esta nueva semana con la confianza puesta en Dios y la certeza de que siendo así y perseverando todo se resolverá.


Semilla en terreno pedregoso

Cuando Jesús explicó a sus discípulos la parábola del sembrador, aparecía un tipo de persona que en cierto modo es frecuente en nuestros días. Me estoy refiriendo a los corazones que, como “terrenos pedregosos”, acogen con gran alegría y entusiasmo el Mensaje del Señor, pero que a la mas mínima dificultad desertan y no se comprometen.

Ningún ámbito de la vida está ajeno a esa actitud. Hay jóvenes que abandonan sus estudios porque se les “atraviesa” una asignatura. Quien abandona un club, una asociación o incluso una cofradía porque discrepa con la forma de actuar de sus directivos pero no propone ninguna alternativa. Son muchas las personas que dejan de hacer una dieta para perder peso porque se pasa mucha hambre y tampoco son menos los que se apuntan al gimnasio para dejar de ir dos días después porque le han salido agujetas y se suda mucho. En definitiva, queremos conseguir resultados pero no siempre estamos dispuestos a sacrificarnos demasiado. Es más, en ocasiones, ni siquiera queremos sacrificar lo más superfluo y simple.

Es cierto que resulta muy desalentador tener el corazón dispuesto a recibir la llamada de Cristo y encontrar dificultades justamente en el lugar donde creíamos que no las íbamos a tener. A veces en el entorno más cercano (de donde se supone habrían de partir de los apoyos) y otras incluso dentro de la propia Iglesia (con hostilidades e inconvenientes de todo tipo por parte de determinadas órdenes religiosas o en algunos seminarios). Es normal que uno se sienta entonces confundido, que ante la incomprensión estemos tentados de abandonar porque esa tentación, ese desánimo, aparece en todas las personas cuando algo empieza a no marchar como lo teníamos previsto. Sin embargo, y aunque parece legítimo que nos desmotivemos cuando algo no avanza, en el caso de la vocación, no ya de persona consagrada sino simplemente de cristiano, abandonar en las dificultades… ¿no nos recordaría demasiado a ese terreno pedregoso donde la semilla germinó rápidamente pero acabó secándose igualmente pronto porque no tenía raiz? Corremos, a veces, el riesgo de comprometernos con algo cuando no afecta a la comodidad de nuestras vidas, cuando no tenemos que cambiar nada de lo que nos gusta, pero parece que es más difícil perseverar en aquello que se nos presenta con unas complicaciones que no esperábamos.

Si supiéramos con seguridad los buenos resultados que íbamos a tener en un examen, por ejemplo, es obvio que no estaríamos nerviosos la noche de antes. Si tuviéramos la certeza de que el lunes empezábamos a trabajar en el puesto que siempre habíamos deseado, no nos estaríamos lamentando durante el fin de semana de estar desempleados y, por supuesto, tampoco se nos ocurriría apuntarnos en ninguna oficina de colocación. Pues bien, esa certeza, para un cristiano, es la Fe. No podemos sentirnos tristes, temerosos y sin ganas de seguir, por cansados que estemos, cuando confiamos en el Señor y sabemos, perfectamente, que por muchos problemas que se nos presenten, Él nos ayudará a salir adelante en aquello que le hayamos pedido. Lo único que necesitamos es, por tanto, confiar y perseverar. Que nuestros corazones no sean un terreno pedregoso donde no fructifique el Mensaje. Que ante los problemas que se nos presenten acudamos a Jesús pidiéndole que nos ayude a vencerlos y si, a pesar de que nos parezca todo perdido, seguimos adelante, no hay duda alguna de que nos ayudará y saldremos vencedores. Tened presente en todo momento que las grandes batallas las han ganado siempre cansados guerreros.

jueves, 17 de noviembre de 2011

A propósito de las Elecciones

Aunque ya no tan frecuente, sí que cada vez que hay algún proceso electoral los medios de comunicación ofrecen imágenes de religiosas votando o de ancianos frailes (en ambos casos de los de hábito y escapulario) acercándose al colegio electoral para ejercer su derecho. A mí esas imágenes me resultaron siempre muy simpáticas y no dejaba de sorprenderme el que se publicasen, en ocasiones, como algo insólito. Parece como si una persona, por el hecho de ser religiosa, no pudiera preocuparse ni valorar las cuestiones políticas de la sociedad. La verdad es que a lo largo de la historia los gobernantes han intentado utilizar (con mayor o menor éxito) a la Religión para ponerla de su lado. Si lo hubieran hecho para un beneficio común, yo hubiera el primero en aplaudirlos, pero muchas veces no han estado guiados por tan buenos propósitos y, al final, la Institución ha sido la más perjudicada quizá por su exceso de buena Fe. Porque no olvidemos que, aunque es cierto que ha habido y hay jerarcas y miembros de la Iglesia que la dañan con su comportamiento y no responden  a su cometido de pastores fieles, no lo es menos que existen igualmente multitud de personas anónimas, comprometidas, que intentan vivir como cristianos, que procuran ser consecuentes con el mensaje de Cristo en sus lugares de trabajo, en su familia, con sus amigos... Esas personas tienen también sus ideas políticas; unas se aproximarán más a determinadas opciones y otras se identificarán mejor con diferentes siglas, pero, en cualquier caso, defendiéndolas tienen el derecho y el deber de participar como cualquier ciudadano en el desarrollo de la comunidad, porque la Religión, el ser cristiano, no es algo que se tenga que guardar de manera expresa para los domingos o limitarlo estrictamente a los muros de las sacristías. Resulta lastimoso ver como la encomiable labor de tantos cristianos se ve manchada por las declaraciones, a veces muy desafortunadas, de determinados jerarcas que se postulan claramente por algunos partidos políticos y se dejan manipular por quienes, en realidad, no ven en ellos sino unos "recoge votos" de sus fieles. El cristiano laico debe tener sus principios políticos y, en conciencia, defenderlos. El pastor, por principio, debe ser más prudente y no parecer el "telonero" del político de turno al que, casi siempre, lo que le interesará será aprovecharse mediáticamente (bien apoyándola de manera más o menos directa, o bien criticándola abiertamente) de la Iglesia.

Ahora que se aproximan en España unas Elecciones Generales, os dejo esta reflexión que mi apreciado amigo Javier, tuvo a bien enviarme hace unos días. Espero que, como a mí, os resulte de provecho.


Reflexiones en el campo político
El hecho de que la Iglesia ni posea ni ofrezca un modelo particular de vida social, ni esté comprometida con ningún sistema político como una “vía” propia suya a elegir entre otros sistemas (GS 76, SRS 41), no quiere decir que no deba formar y animar a sus fieles – especialmente a los laicos – a que tomen conciencia de su responsabilidad en la comunidad política (GS 75), y opten a favor de soluciones, y a favor de un modelo, si lo hubiere, en el que la inspiración de la fe pueda llegar a ser praxis cristiana. Las orientaciones de la doctrina social de la Iglesia para la acción de los laicos son válidas tanto en materia política como en los otros campos de las realidades temporales en los que la Iglesia debe estar presente en virtud de su misión evangelizadora.
           
La fe cristiana, en  efecto, valora y estima grandemente la dimensión política de la vida humana y de las actividades en que se manifiesta. De ello se deduce que la presencia de la Iglesia en el campo político es una exigencia de la fe misma, a la luz de la realeza de Cristo, que lleva a excluir la separación entre la fe y la vida diaria, “uno de los errores más graves de nuestra época” (GS 43). Sin embargo, evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida su dimensión política, no significa negar la autonomía de la realidad política, ni de la económica, de la cultura, de la técnica, etc., cada una en su propio campo.
           
Para comprender esta presencia de la Iglesia es bueno distinguir los “dos conceptos: política y compromiso político” (Documento de Puebla, 521, 523). En lo que se refiere al primer concepto, la Iglesia puede y debe juzgar los comportamientos políticos no sólo cuando rozan la esfera religiosa, sino también en todo lo que mira a la dignidad y a los derechos fundamentales del hombre, al bien común y a la justicia social: problemas todos que tienen una dimensión ética considerada y valorada por la Iglesia a la luz del Evangelio, en virtud de su misión de “evangelizar el orden político” y, por esto mismo, de humanizarlo enteramente. Se trata de una política entendida en su más alto valor sapiencial, que es deber de toda la Iglesia. En cambio, el compromiso político, en el sentido de tomar decisiones concretas, de establecer programas, de elegir campañas, de ostentar representaciones populares, de ejercer el poder, es un deber que compete a los laicos, según las leyes justas y las instituciones de la sociedad terrena de la que forman parte. Lo que la Iglesia pide y trata de procurar a estos hijos suyos es una conciencia recta conforme a las exigencias del propio Evangelio para obrar justa y responsablemente al servicio de la comunidad (C.I.C., can. 227).

            “Los Pastores y los demás ministros de la Iglesia, para conservar mejor su libertad en la evangelización de la realidad política, se mantendrán al margen de los diversos partidos o grupos que pudieran crear divisiones o comprometer la eficacia del apostolado, y menos aún les darán apoyos preferentes, a no ser que en ‘circunstancias concretas’ lo exija el ‘bien de la comunidad” (Documento de Puebla, 526-527; C.I.C., can. 287).

domingo, 13 de noviembre de 2011

El milagro de Dios

Me gustaría que este vídeo sirviera para todos aquellos que dicen "No puedo" "Hay otros más cualificados que yo". Me gustaría que pensasen sinceramente las muchas capacidades que el Señor nos ha dado a cada uno de nosotros. Las enormes posibilidades que tenemos de doblar lo que nos entregaron aun cuando no sea mucho. Será entonces cuando aprenderemos a no descargar las responsabilidades en los demás. En no decir "Que lo haga el que recibió 5 talentos, que ése sí que puede". Nuestra misión es poner a producir al máximo nuestras capacidades, por pequeñas que creamos que sean, porque todos y cada uno de nosotros somos el verdadero milagro de Dios.


De humildad y talentos

Llevamos varios domingos en los que el Evangelio nos habla de las capacidades que Dios nos ha dado a cada uno y de la importancia que tiene el saber emplearlas. La lectura que hoy se proclamaba nos presenta una parábola bastante esclarecedora. El que tenía cinco talentos produjo diez, el que tenía dos produjo cuatro, y el Señor los felicita en ambos casos porque tanto uno como otro rindieron al máximo en función a lo que habían recibido.

En el camino de la vocación también están presentes los talentos. A veces decimos que no sabemos lo que Jesús quiere de nosotros, que no acabamos de encontrar un camino para seguirle. Sin embargo, lo que ninguno de nosotros podría negar es el propio hecho de conocerse. Todos nos conocemos a nosotros mismos. Sabemos cuales son nuestras debilidades, si nos cuesta trabajo concentrarnos, si no tenemos mucha paciencia, si el egoísmo rige muchas facetas de nuestra vida. Pero también conocemos nuestras cualidades. Si somos desprendidos, si tenemos capacidad de liderazgo, si sabemos escuchar a los demás o, en su caso, si a través de nuestra oratoria logramos convencer a los que nos rodean. Aquí no se trata de vanagloriarse, sino de reconocer lo que Dios nos ha dado como herramientas con las que realizar un trabajo y conseguir unos frutos. Sería un gran error pensar que el hecho de abrazar la vida religiosa en un monasterio, por ejemplo, es suficiente para alcanzar la vida eterna… Cuando nos pregunten sobre lo que hicimos en nuestra existencia terrenal, ¿qué responderemos?  ¿que estuvimos todos los días rezando la liturgia de las horas? ¿Y qué fue de nuestra capacidad para animar a los demás? ¿la usamos con aquellos que se encontraban desesperanzados? ¿Y qué hicimos de nuestra facilidad para escribir? ¿Intentamos crear, por ejemplo, una página en Internet, para acercarnos a otros hermanos nuestros que tal vez pudieran encontrar respuestas a lo que buscaban? ¿Y aquello que siempre hacíamos, bromear con los amigos, lo utilizamos después como herramienta del Señor para poner una sonrisa en el rostro del que estaba triste?

Si al final decimos que no, que nos limitamos a conservar lo que nos habían dado (mira que buenos hemos sido Señor, que no lo hemos malgastado ni desperdiciado), ¿qué respuesta tendremos? La parábola es bastante clara al respecto y no admite medias tintas con aquel empleado que nada produjo. Seguramente él se justificaría diciendo “Las cosas estaban mal” “No era el mejor momento para invertir” “Podría haberlo perdido todo”. Son las mismas excusas que día tras día utilizamos para no usar nuestros talentos. “No tengo demasiado tiempo” “Es una tontería ayudar para que luego ni te lo agradezcan” “No tengo porqué aguantar las impertinencias de los demás” “Siempre tengo que ser yo el que se haga cargo”… La verdad es que se está mucho más cómodo no arriesgando nada, sin esforzarnos para conseguir frutos porque, y esto conviene no olvidarlo, a veces uno espera conseguir más cosecha y cuando no es así según nuestro propio criterio del esfuerzo, nos enfadamos como aquellos empleados de la viña que creyeron recibirían más que los que trabajaron solo una hora. Pero también en ese caso conocemos la respuesta. Nuestro deber es poner a rendir nuestras capacidades y estar siempre preparados para poder presentar cuentas en el momento en que nos llamen. No desperdiciar ni un instante y estar siempre dispuestos a rentabilizar nuestras capacidades al máximo. Cualquier momento es el adecuado para hacerlo y un ejemplo de ello me ocurrió hace muy poco. Había sido invitado a dar una conferencia y posteriormente tuvimos un tiempo de ocio en el que se compartieron unos aperitivos en un local adecuado al efecto. Hubo un momento en el que me dirigí al lugar en el que servían las bebidas y allí estaba un chico (invitado también, no era un camarero ya que no se trataba de ningún restaurante) que las servía muy diligentemente. Yo le pregunté, “Bueno, ¿y tú no te vas a tomar nada con nosotros? Vente con el grupo que estamos charlando y ya nos iremos sirviendo cada uno”. Su respuesta fue: “No, para nada… yo como me encuentro satisfecho es viéndoos a vosotros bien atendidos”. Hoy, cuando escribo sobre los talentos, no he podido evitar recordar esa escena. Él no era el que mejor hablaba, ni era el protagonista del evento, ni tampoco el más divertido de la reunión. Sin embargo, hacía todo lo que estaba en su mano para que los demás estuviesen bien atendidos. Su capacidad la rentabilizó al máximo al servicio de los demás. ¿Y cómo lo hizo?... Pues lo hizo de la manera que todos deberíamos utilizar los dones que Dios nos ha dado, con naturalidad y humildad. Sin hacer grandes alardes. Sin decir soy el mejor barman, el mejor orador, el líder más carismático… sino simplemente actuando en cada momento de nuestra vida.

Así lo hizo también un sevillano nacido en un pueblecito de la Sierra Norte. No podría dejar de referir nada acerca del santo que hoy celebramos. San Diego de Alcalá, franciscano que, consagrado a las tareas más humildes (tan sólo era hermano lego), como portero y en el jardín o la huerta de su convento, alcanzó la santidad de la manera más hermosa que puede hacerse: compartiendo lo poco que tenemos con el que nada tiene.

Él podía haberse mantenido al margen de los que llegaban pidiendo limosna al monasterio. Podía haberles dicho “Lo siento hermanos, nada tengo para daros”. Podría haberse excusado también diciendo que el padre guardián no le autoriza a realizar tareas que no me hubieran sido encomendadas. Pero la caridad de su corazón era tan grande, su deseo de servir a los demás tan enorme, que no dudó en escamotear en su hábito los panecillos que cogía del refectorio para socorrer el hambre de los que aguardaban fuera. Y lo siguió haciendo a pesar de las amonestaciones, hasta el punto de que, sospechando todos lo que hacía, fue sorprendido cuando antes de llegar a donde le aguardaban los pobres, lo detuvieron los demás frailes preguntándole qué llevaba escondido en su escapulario y él, como jardinero que era, respondió humildemente… “Nada, solo llevo rosas”. En ese momento se produjo el que es el milagro más entrañable y conocido de este franciscano. Los panecillos se habían convertido en esas rosas que no eran sino las que salían de su corazón cuando atendía a los más necesitados.
Ojalá fuésemos un poco como el humilde Diego. No unas personas pendientes de nuestros rezos, de nuestras cosas, de “conservar” los talentos que Dios nos entregó, sino que poniendo a producir incluso lo poco que esté en nuestras manos, podamos ayudar a los demás. Será entonces cuando en el libro de la vida los fallos que hayamos cometido acaben diluyéndose y aparezcan solamente las flores que, naciendo del amor, adornan siempre la santidad.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Loco debo ser...

Si a una persona le dicen que está loca tendría una connotación negativa, es evidente. Sin embargo, la realidad es que dicho calificativo se ha utilizado también en numerosas ocasiones para expresar un estado de felicidad suprema. "Su mirada me vuelve loco". "Por amor se hacen locuras" y otras frases similares viene a corroborar que, a veces, hay que pasar por loco para alcanzar el grado máximo de aquello que se quiere. ¿Es la santidad una locura?... Tal vez, la locura sería para un cristiano no querer ser santo.


martes, 1 de noviembre de 2011

Llamados a la santidad


“Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?”

Esta pregunta que hiciera el joven rico a Cristo se ha venido sucediendo a lo largo de las generaciones y también en nuestros días es algo que muchos desearían saber para tener asegurada esa “parcelita” del cielo. Tenemos los Mandamientos, es cierto, y tenemos también los principales que el Señor nos indicó: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. Sin embargo, ese afán de querer hacer algo más, algo que llevase al estado de perfección, propició también el que apareciesen numerosos “manuales” que, sobre todo en el siglo XIX, aseguraban al que los cumpliese que estaría la corte celestial en pleno esperando recibirle.

No se trata, ni mucho menos, de dudar de la buena intención que guió a muchos de estos autores, algunos de ellos santos venerados en los altares, pero sí que hoy nos resultaría cuando menos chocante, el “método” que en ocasiones se aconsejaba. Para ello resulta fundamental situarnos en el momento histórico en el que se escribieron. Las costumbres y la moralidad de la época en cuestión pesaron enormemente sobre muchos de estos escritos que hoy arrancarían, sin duda, una sonrisa al que los leyese.

Los piadosos consejos que han llegado a nuestros días transmitidos en las obras de muchos santos pueden ser un importante estímulo, pero no causarían el mismo efecto en todos por la sencilla razón de que el Señor tiene preparado un camino especial para cada uno de nosotros, un camino a través del que podamos alcanzar la santidad con unas dificultades adecuadas siempre a las propias capacidades que Él nos dio. Nunca tendremos que superar pruebas imposibles porque el mismo Cristo nos indicó que su yugo es llevadero y su carga ligera. Es posible que a veces creamos que esto no es así, que en el camino de la vocación, que no es otro sino el que nos ha de conducir a la santidad y, por ende, a la vida eterna, hay muchísimas dificultades (y yo, como muchos de vosotros, puedo corroborarlo). Sin embargo, la realidad es que si en este preciso instante mirásemos un poco hacia atrás, nos daríamos cuenta de todos aquellos problemas que en su día los veíamos como insalvables y que, al final, logramos superarlos. Es más que probable que hoy los veamos como intrascendentes, a pesar de la importancia que les dimos en su día, o incluso puede que hasta los hayamos olvidado.

La superación en nuestras vidas es algo fundamental. Tenemos que aspirar a lo máximo y esforzarnos para conseguirlo. Tenemos que tener confianza en el Señor, estar seguros que estando a su lado nada podrá impedirnos alcanzar nuestras metas. Él las adaptó a cada uno de nosotros para que pudiéramos llegar a ellas. Únicamente hace falta un firme propósito y, ante todo, tener fe.

Nuestro camino para alcanzar la santidad no es, por tanto, tan difícil porque
todos estamos llamados a ser santos. Dios mismo "nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef. 1, 4). Ése es el camino de plenitud al cual nos invita el Señor: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt. 5, 48). No basta, pues, con ser buenos, con llevar una vida común y corriente como todo el mundo, sin hacerle mal a nadie. El Señor Jesús nos invita a conquistar un horizonte muchísimo más grande y pleno: la gran aventura de la santidad. Esa es la grandeza de nuestra vocación: "Porque esta es la voluntad de vuestro Dios: vuestra santificación" (1Tes 4, 3).

En este día en el que conmemoramos a todos aquellos que ya gozan de la vida eterna. Los que de forma anónima fueron modelo de perfección para el Señor. En definitiva, todos los Santos, pido para todos vosotros, como pido también para mí, que seamos capaces de santificarnos en lo sencillo, en nuestro día a día. De este modo, en cada momento tenemos la oportunidad de consagrar nuestras acciones a Dios. Podemos convertir lo cotidiano en un modelo de santidad, el mismo que habrá de servirnos para alcanzar la vida eterna.


viernes, 28 de octubre de 2011

Fechas importantes II - Ver el fin para comprender el principio


Como cada mes de mayo, la ciudad aparecía exhuberante enmedio de su fértil Vega y embriagada del aroma de las mil plantas aromáticas que desde el Generalife y las almunias de las riberas del Genil, inundaba sus calles y plazas sin apreciar siquiera que en los baluartes y murallas eran ya otros los pendones que hablaban de las grandezas humanas. El bullicio en el Zacatín se completaba con el propiciado por los especieros en las cercanías de Bib-Rambla y el trasiego de quienes venidos de otros lugares pregonaban sus mercancías en los antiguos zocos de Granada. Sin embargo, los crespones negros que colgaban en las torres de la alcazaba anunciaban un triste acontecimiento conocido ya por quienes años atrás celebraron con júbilo la presencia de la pareja imperial en los palacios de la Alhambra. Aquella mañana la campana de la Vela comenzó un pausado tañido que en nada se asemejaba a los toques con los que se regulaban los riegos de la acequia de Aynadamar y los pesados bronces de la torre que se alzaba sobre la antigua Turpiana siguieron en el fúnebre acompañamiento al de los campanarios en los que un triste doblar indicaba  la llegada a la puerta de Elvira de un lóbrego cortejo. El cardenal de Burgos, los obispos de León y Coria, el marqués de Villena, la condesa de Faro y otros muchos cortesanos, frailes, criados y hombres de armas, acompañaban al cadáver de Isabel de Portugal desde Toledo, lugar en el que había fallecido el primer día de aquel mes de mayo de 1539. Eran las dos de la tarde cuando llegó el féretro de Su Majestad Imperial a Granada. La ciudad entera se paralizó; la aglomeración de granadinos y venidos de otras ciudades fue tan enorme, y los responsos y actos religiosos en el camino fueron tan sentidos y numerosos que, a pesar del corto trayecto que habría de recorrer, la fúnebre comitiva no llegó a la catedral hasta las 8 de la tarde.
Dignatarios eclesiales, nobles y veinticuatros del Cabildo, unieron sus plegarias al Dies Irae de los capellanes encargados de recibir en la Capilla Real el cuerpo muerto. Nuevamente los responsos. Azuladas nubes de incienso se elevaron en el presbiterio. Fini gloria mundi, murmuró un anciano clérigo. "Descanse en paz", dijeron entonces quienes habían entonado los lóbregos rezos.
Una pétrea escalinata, abierta ante los túmulos de los monarcas que conquistaron a los musulmanes de la península su último reino, ocultó a la vista de los presentes el féretro recubierto de terciopelo negro. Bajó a la cripta un reducido número de acompañantes y el escribano mayor, dispuesto a dar fe de aquel entierro, preguntó entrecortado a los presentes: “¿Quién cerró el féretro en Toledo?”. Las miradas se cruzaron y alguien murmuró “Fue el Caballerizo…”; no hicieron falta más palabras pues la silueta de un joven lujosamente ataviado apareció en el umbral del subterráneo diciendo: “Fui yo”.
-          Señor… debéis (contestó tembloroso el escribano)…
Unos giraban sus cabezas para no contemplar la escena que habría de ocurrir en un momento. “Hace ya quince días que falleció…”, dijeron otros. “Sé lo que tengo que hacer” interrumpió el noble a quienes le infirieron “Señor duque, no es conveniente…”
Con paso firme se dirigió entonces hacia donde se encontraba el ataúd. Atrás quedaron todos y unos pajes, engañando sus olfatos con pañuelos perfumados en agua de jazmín y lirios, volvieron sus rostros y levantaron la tapa del féretro. Se escuchó una voz al fondo: “¿Juráis que es el cuerpo de la emperatriz que Vos mismo visteis en Toledo?”. Retiró decidido el velo que cubría la cabeza del cuerpo yerto y su corazón, contrariado, dio un tremendo vuelco. Las tórridas temperaturas soportadas durante el trayecto habían contribuido a presentar la realidad de las glorias humanas en su más horrible crudeza. El joven duque balbuceó y, finalmente, viendo ante sí los putrefactos restos de a quien juró lealtad y servicio, no pudo sino responder: “Jurar que es su Majestad no puedo, juro que su cadáver se puso aquí”… Las lágrimas afloraron en sus ojos y abandonando presuroso aquel lugar tétrico, dirigió su mirada a quienes antes le habían escuchado y les dijo algo que parecía no entenderse en boca de quien era el caballero con el futuro más prometedor del Reino: “No más cobijar el alma al sol que apagarse puede, no más servir a señor que en gusano se convierte”.

Aquel joven que se prometía a sí mismo renunciar a las vanidades humanas era Francisco de Borja, duque de Gandía, el que más tarde, tras la muerte de su esposa, ingresaría en la Compañía de Jesús donde llevaría una vida tan edificante, tan desprendida hacia los demás y tan enardecida por la Fe en Cristo, que llegaría a los altares en 1671, un siglo después de su fallecimiento.

He querido recrear esa escena tal y como imagino ocurrió, algo en lo que a veces pensé cuando en las noches de invierno mis pasos retumbaban en el silencio de la desierta lonja que se abre ante la Capilla Real de Granada. Una escena que siempre me impactó y que resume lo que el mismo Cristo señalaba cuando decía a sus discípulos "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón".
Hoy, 28 de octubre, se cumplen 501 años de su nacimiento. Por ese motivo he querido imaginarme como debió ser esa conversión profunda, ese propósito de cambiar un futuro de glorias mundanas para conseguir las del cielo, las que no se desvanecen. Hoy, recordando a este santo, cuya festividad es el tercer día del mes de octubre, quisiera pediros vuestra oración por quienes desean seguir a Jesús emulando a Ignacio de Loyola y a Francisco de Borja, aquel que, teniendo a su alcance todo lo material que este mundo puede darnos, renunció a ello buscando la única riqueza que es eterna. El que siendo uno de los personajes más importantes de su tiempo, rechazó glorias y honores, virreinatos y capelos cardenalicios, confirmando en su inmensa humildad aquello que un día escribiera: “Sólo son grandes ante Dios los que se tienen por pequeños”.

domingo, 23 de octubre de 2011

Un mensaje especial

Pocas palabras podría añadir a este vídeo. Solo me gutaría pediros que hagáis un momento en vuestro quehacer cotidiano, que procuréis escuchar detenidamente las palabras que la propia Biblia encierra y que, a veces, parece que se nos olvidan. Espero que cuando leais esta entrada tengáis, como yo he tenido, el deseo de volver a escucharlas.


El mandamiento del Amor

"Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.

Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.

Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.


El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.

El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas.

Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.

Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí.

En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor”.


He querido comenzar esta entrada con la Carta de San Pablo a los Corintios que, aunque no se corresponde con el Evangelio que hoy se ha proclamado, sí que viene muy a colación de él.

“Maestro ¿Cuál es el mandamiento más importante?” Con esta pregunta capciosa, los fariseos intentaron una vez más comprometer a Jesús. Su obsesión era ponerlo a prueba, intentar que dijese algo comprometedor para poder acusarlo. Sus actitudes al acercarse a Él simulaban bondad pero, realmente, eran todo lo contrario, y el Señor lo sabía y se lo recriminó en múltiples ocasiones.

Amar a Dios sobre todas las cosas, era algo que se contemplaba en la Ley judía. Sin embargo, amar al prójimo como a uno mismo… debía resultar un tanto extraño entre aquellos que proclamaban el ojo por ojo y el diente por diente. Cristo pone por encima de todos los demás preceptos el Amor, pero… ¿qué es el amor? ... Curiosamente, una palabra tan usada no tiene una respuesta fácil. A muchas de las  personas que les preguntásemos nos dirían que es un sentimiento difícil de explicar, pero todos coincidirían en que es algo que cuando sucede, inunda el alma. Cuando algo se hace con amor no presenta dificultad alguna. Cuando tenemos amor por alguien no nos importa hacer lo que otros considerarían locuras. El Amor, en definitiva, es algo tan hermoso que no puede haber salido sino del mismo Dios.

A veces, las personas nos empeñamos en corregir de continuo a los demás, de marcar pautas y señalar normas que hay que cumplir para alcanzar la perfección. De establecer conductas morales que se asimilan más con las de los fariseos que con las que proclamó Jesús. Practicamos la caridad pero no hay Amor, simplemente damos un poco de lo que nos sobra. Nos damos la paz en la Eucaristía pero no hay Amor, en la mayoría de las ocasiones ni conocemos a quien le hemos estrechado la mano y, lo que es peor, no nos importa como puede ser su vida y tampoco parece preocuparnos mucho si tal vez esa persona pudiera estar necesitada de nuestra ayuda.

He visto a mucha gente dar una limosna a quien pide en la puerta de una iglesia, pero, lamentablemente, no son tantos los que levantan a ese hermano y se lo llevan para sentarlo a su mesa.

¿Cómo podemos decir que amamos a Dios si no amamos a nuestros hermanos?... Imagino que muchos diréis que me he excedido un poco, que sí que tenéis buenos sentimientos hacia los demás, que no es de “cristianos” señalar a nadie, etiquetarlo, juzgarlo, pero claro… otra cosa son esas rumanas que encima empiezan a pedir por los bancos en medio de la Misa. No discriminamos a nadie pero si nos tenemos que relacionar con una persona de color que sea por lo menos cura, los de la Cruz Roja, no… que muchos seguro que hasta son musulmanes. Diremos que somos modernos, personas del siglo XXI, pero como creyentes nos chocará, por ejemplo, que haya en Internet una página de “Cristianos gays”, qué contradicción (pensarán muchos) son dos cosas incompatibles, si dos personas del mismo sexo declaran su amor, no pueden ser cristianos. Y yo me pregunto, ¿a quien dijo Jesús que teníamos que amar? ¿Cuántos “samaritanos” podrían aparecer en nuestras vidas dándonos a todos una verdadera lección de lo que es el Amor de Dios?

Con todos estos ejemplos tan sólo pretendo mostrar que no cumplimos tanto ese mandamiento que el propio Señor nos indicó. Decimos que amamos a nuestro prójimo pero ponemos reservas. El Amor no es excluyente y nosotros, con bastante frecuencia, excluimos a los que, por algún motivo, consideramos que son “diferentes”.

Antes de seguir a Cristo nos debemos plantear muy seriamente si tenemos capacidad de Amar, si nuestro corazón está del lado de los que siguiendo escrupulosamente la Ley querían lapidar a la adúltera o de quien mirándola con un amor infinito le dijo “No te condeno. Vete y no peques más”.

sábado, 15 de octubre de 2011

Nada te turbe

¿Cuantas veces se nos presentan en nuestra vida situaciones que nos dejan el corazón herido? ¿Cuantas situaciones difíciles, angustiosas, tristes? Todos nos hemos sentido alguna vez sin fuerzas suficientes para seguir adelante. Hemos tenido contratiempos y nos hemos decepcionado con aquellos que pensábamos estarían ahí para ayudarnos... Incluso en el camino de la vocación aparecen numerosas pruebas que cuesta trabajo superar. Incomprensiones en nuestro círculo más cercano y, curiosamente, muchas veces trabas que surgen dentro de la propia Iglesia. Podría hablar de ello en primera persona, pero de poco serviría deternerse en lo que, en relidad, no tiene importancia... a veces nos sentimos cansados y no llegamos a comprender la actitud que toman algunos de los que nos rodean, sobre todo cuando se trata de personas consagradas, de los que, por así decirlo, tienen más responsabilidad a la hora de guiar a quienes desean cumplir la voluntud del Señor. Así le ocurrió también a Santa Teresa de Jesús, cuya festividad celebramos hoy. También hubo incomprensión, calumnias y grandes dificultades... pero ella, a través de la Oración y la confianza en Cristo, supo darnos el ejemplo necesario para proseguir nuestra marcha. Por eso, en el día en que recordamos la figura de esta Doctora de la Iglesia, de la reformadora del Carmelo y de una de las mujeres más preclaras de la historia de España, mas que ahondar en su figura, algo que, por otra parte, me desbordaría, como no puede ser de otra forma cuando uno quiere profundizar en la vida espiritual de un místico, he querido quedarme con una poesía que es en sí una oración; una oración que no es sino un mensaje para el alma. Espero y deseo que haga en vosotros el mismo efecto que en mí ha hecho.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Un retazo histórico y una disculpa

Cuando ya había pasado el reloj de la medianoche y comenzaba la celebración de la Virgen del Pilar, escribí la entrada "50 razones", quizá un poco enfadado por no encontrar la respuesta que esperaba... Esta tarde, sin embargo, cuando he vuelto a leer lo que escribí no puedo sino pediros una disculpa... No soy quien para decir a nadie lo que tiene o no tiene que hacer, tampoco fue afortunado referir el esfuerzo que supone mantener un blog... muchos de vosotros lo tenéis también y no decís nada. Me dejé llevar por mi entusiasmo y yo, el que parecía abanderado del Rosario en estos últimos días, se encuentra con que otros no se han comprometido a rezarlo una vez a la semana por la sencilla razón de que ya lo hacen todos los días. Menuda lección me habéis dado.

Por otra parte, a través de mensajes privados, he recibido palabras de ánimo que, visto mi comportamiento, la verdad es que no merezco. También un retazo histórico enviado por un amigo zaragozano al que el Señor puso en mi camino cuando menos lo esperaba. Gracias a cuantos habéis sido condescendientes conmigo. Gracias, Irene, por esas palabras que necesitaba escuchar y gracias también a ti, Javier, por el texto que me has enviado y que a continuación publico:

Cuenta la tradición que una noche del 2 de enero del año 40 de la era cristiana el apóstol Santiago cansado de no ver fruto en sus predicaciones en tierras mañas (somos así de cabezones)  decidió tirar la toalla e irse sacudiéndose el polvo de las sandalias. Entonces se le apareció la Virgen, que aun vivía en Nazaret, llevando una columna que representaba la firmeza en la fe de los creyentes de aquel lugar y exhortando al apóstol a continuar su labor pues aquí “jamás faltaran adoradores a mi Hijo”. Y de momento se han cumplido las palabras de la Virgen a Santiago. Hasta aquí la tradición.  Lo que si es cierto  es que durante toda la historia de Zaragoza y de sus distintos pobladores la presencia de la Virgen ha sido constante y este pueblo ha sentido siempre el manto maternal de quien aseguro que ese pilar siempre estaría ahí.

La devoción a Maria, en cualquiera de sus advocaciones, nos lleva al mismo punto de partida para el cristiano: “Haced lo que El os diga”. De su mano aprenderemos a estar junto al Señor en momentos gozosos,  dolorosos, en reconocer su gloria y sentirnos iluminados. Con Ella aprendemos a interpretar nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios meditándola en nuestro corazón. Más que Ella, solo Dios.



50 razones

No podía faltar en este blog una referencia al día de la Virgen del Pilar, una advocación mariana con gran tradición en España. Una advocación que tal vez refleje como me he sentido un poco en estos días...

Cuenta la tradición que cuando el apóstol Santiago se encontraba en los confines del imperio romano, en Hispania, predicando el Evangelio, tuvo muy poca acogida y le invadió la tristeza y el cansancio. ¿Sabéis los esfuerzos que hay que realizar para mantener un blog? ¿cuantas veces no tienes ánimos y, sin embargo, lo retomas de nuevo para seguir adelante? ¿sois conscientes de la responsabilidad que tiene un blogero con respecto a lo que escribe?... Desde que se puso el contador a esta página, el 27 de agosto pasado, ha habido más de dos mil visitas. Me he esforzado, he escrito nuevas entradas, he buscado fotografías, vídeos y he procurado contestar a vuestros comentarios. También he tenido contactos privados a los que he atendido en la medida de mis posibilidades... pero el otro día hice una petición y sólo he encontrado tres respuestas... ¿es posible que no sea capaz de conseguir que al menos cinco personas se compromentan a rezar el Rosario un día a la semana? ¿pido mucho, tal vez?... Yo no lo rezaba, os lo reconozco, pero hoy... hoy que es el día de Nuestra Señora... ¿nadie más se apuntará a hacerlo? Cuando Santiago sintió desánimo se encomendó a la Virgen María y la tradición narra que, estando aún en vida, se apareció al apóstol sobre un pilar de piedra, motivo del que le vino posteriormente la advocación con la que se nombra en su basílica de Zaragoza. Pues bien, yo la verdad es que esperaba un mayor éxito de la iniciativa. Pensaba que con todas las visitas que tiene esta página habría más personas dispuestas a decir "Yo también me apunto..." pero solo ha habido tres. Es posible que no haya sido capaz de convenceros, que no haya sabido dar las razones suficientes para que lo hagáis. Puede que os parezca una práctica anticuada o que penséis hacerlo en otro momento, más adelante... Perdonadme si os estoy pidiendo algo a cambio de entrar en esta página... pero si yo no he sabido argumentar algunos de los motivos por los que podríamos rezar el Rosario, permitidme que en este mes, que aunque no es mayo también está especialmente dedicado a la Virgen María, os remita a un vídeo donde quizá encontréis algunas de las razones que yo no he sido capaz de daros.


viernes, 7 de octubre de 2011

¿Y tú... te apuntas?

Esta noche tenía pensado continuar la serie de entradas "Fechas importantes" que comencé el martes y, a decir verdad, con las muchas cosas que uno tiene en la cabeza no me había dado cuenta del día que celebrábamos hoy... El 7 de octubre conmemoramos a la Santísima Virgen, bajo la advocación del Rosario... y yo casi lo había olvidado. Seguramente os habrá ocurrido alguna vez que cuando casi está terminando una jornada os acordáis que era la onomástica de alguien importante para vosotros y se os había olvidado felicitarle... En esos momentos, salís aprisa y procuráis compensar el descuido con algún regalo que le agrade... Pues bien, eso es lo que voy a hacer hoy y a lo que me gustaría también invitaros a vosotros... Yo, salvo en contadas ocasiones, no he sido muy dado a rezar el Rosario y, sin embargo, sí que me ha gustado siempre decir piropos :) Bueno, qué mejor manera de piropear a nuestra Madre que haciendo lo que ella misma nos pidió. A partir de ahora voy a hacerlo... Oye, que alguna vez hay que empezar, eh???..., así es que hoy ha sido provindencial el que tuviera intención de escribir y que me encontrase de repente en la red el recuerdo de la festividad que celebramos. Si os parece, os propongo una cosa... Muchos entráis a este blog desde paises muy distintos. Algunos tenéis inquietudes vocacionales; otros entráis porque sois cristianos y otros, simplemente, por curiosidad. Algunos seréis más religiosos y otros menos, pero ¿qué tal si nos comprometemos a rezar el Rosario al menos un día a la semana? Me gustaría que, al igual que yo voy a comenzar a hacerlo, lo hiciérais también alguno de vosotros conmigo... y, como estoy seguro que así será, espero que escribáis bajo esta entrada solamente eso... ¡Yo también me apunto!... Hay muchas razones para hacerlo.