Cuando ya había pasado el reloj de la medianoche y comenzaba la celebración de la Virgen del Pilar, escribí la entrada "50 razones", quizá un poco enfadado por no encontrar la respuesta que esperaba... Esta tarde, sin embargo, cuando he vuelto a leer lo que escribí no puedo sino pediros una disculpa... No soy quien para decir a nadie lo que tiene o no tiene que hacer, tampoco fue afortunado referir el esfuerzo que supone mantener un blog... muchos de vosotros lo tenéis también y no decís nada. Me dejé llevar por mi entusiasmo y yo, el que parecía abanderado del Rosario en estos últimos días, se encuentra con que otros no se han comprometido a rezarlo una vez a la semana por la sencilla razón de que ya lo hacen todos los días. Menuda lección me habéis dado.
Por otra parte, a través de mensajes privados, he recibido palabras de ánimo que, visto mi comportamiento, la verdad es que no merezco. También un retazo histórico enviado por un amigo zaragozano al que el Señor puso en mi camino cuando menos lo esperaba. Gracias a cuantos habéis sido condescendientes conmigo. Gracias, Irene, por esas palabras que necesitaba escuchar y gracias también a ti, Javier, por el texto que me has enviado y que a continuación publico:
Cuenta la tradición que una noche del 2 de enero del año 40 de la era cristiana el apóstol Santiago cansado de no ver fruto en sus predicaciones en tierras mañas (somos así de cabezones) decidió tirar la toalla e irse sacudiéndose el polvo de las sandalias. Entonces se le apareció la Virgen, que aun vivía en Nazaret, llevando una columna que representaba la firmeza en la fe de los creyentes de aquel lugar y exhortando al apóstol a continuar su labor pues aquí “jamás faltaran adoradores a mi Hijo”. Y de momento se han cumplido las palabras de la Virgen a Santiago. Hasta aquí la tradición. Lo que si es cierto es que durante toda la historia de Zaragoza y de sus distintos pobladores la presencia de la Virgen ha sido constante y este pueblo ha sentido siempre el manto maternal de quien aseguro que ese pilar siempre estaría ahí.
La devoción a Maria, en cualquiera de sus advocaciones, nos lleva al mismo punto de partida para el cristiano: “Haced lo que El os diga”. De su mano aprenderemos a estar junto al Señor en momentos gozosos, dolorosos, en reconocer su gloria y sentirnos iluminados. Con Ella aprendemos a interpretar nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios meditándola en nuestro corazón. Más que Ella, solo Dios.
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