Cuando Jesús explicó a sus discípulos la parábola del sembrador, aparecía un tipo de persona que en cierto modo es frecuente en nuestros días. Me estoy refiriendo a los corazones que, como “terrenos pedregosos”, acogen con gran alegría y entusiasmo el Mensaje del Señor, pero que a la mas mínima dificultad desertan y no se comprometen.
Ningún ámbito de la vida está ajeno a esa actitud. Hay jóvenes que abandonan sus estudios porque se les “atraviesa” una asignatura. Quien abandona un club, una asociación o incluso una cofradía porque discrepa con la forma de actuar de sus directivos pero no propone ninguna alternativa. Son muchas las personas que dejan de hacer una dieta para perder peso porque se pasa mucha hambre y tampoco son menos los que se apuntan al gimnasio para dejar de ir dos días después porque le han salido agujetas y se suda mucho. En definitiva, queremos conseguir resultados pero no siempre estamos dispuestos a sacrificarnos demasiado. Es más, en ocasiones, ni siquiera queremos sacrificar lo más superfluo y simple.
Es cierto que resulta muy desalentador tener el corazón dispuesto a recibir la llamada de Cristo y encontrar dificultades justamente en el lugar donde creíamos que no las íbamos a tener. A veces en el entorno más cercano (de donde se supone habrían de partir de los apoyos) y otras incluso dentro de la propia Iglesia (con hostilidades e inconvenientes de todo tipo por parte de determinadas órdenes religiosas o en algunos seminarios). Es normal que uno se sienta entonces confundido, que ante la incomprensión estemos tentados de abandonar porque esa tentación, ese desánimo, aparece en todas las personas cuando algo empieza a no marchar como lo teníamos previsto. Sin embargo, y aunque parece legítimo que nos desmotivemos cuando algo no avanza, en el caso de la vocación, no ya de persona consagrada sino simplemente de cristiano, abandonar en las dificultades… ¿no nos recordaría demasiado a ese terreno pedregoso donde la semilla germinó rápidamente pero acabó secándose igualmente pronto porque no tenía raiz? Corremos, a veces, el riesgo de comprometernos con algo cuando no afecta a la comodidad de nuestras vidas, cuando no tenemos que cambiar nada de lo que nos gusta, pero parece que es más difícil perseverar en aquello que se nos presenta con unas complicaciones que no esperábamos.
Si supiéramos con seguridad los buenos resultados que íbamos a tener en un examen, por ejemplo, es obvio que no estaríamos nerviosos la noche de antes. Si tuviéramos la certeza de que el lunes empezábamos a trabajar en el puesto que siempre habíamos deseado, no nos estaríamos lamentando durante el fin de semana de estar desempleados y, por supuesto, tampoco se nos ocurriría apuntarnos en ninguna oficina de colocación. Pues bien, esa certeza, para un cristiano, es la Fe. No podemos sentirnos tristes, temerosos y sin ganas de seguir, por cansados que estemos, cuando confiamos en el Señor y sabemos, perfectamente, que por muchos problemas que se nos presenten, Él nos ayudará a salir adelante en aquello que le hayamos pedido. Lo único que necesitamos es, por tanto, confiar y perseverar. Que nuestros corazones no sean un terreno pedregoso donde no fructifique el Mensaje. Que ante los problemas que se nos presenten acudamos a Jesús pidiéndole que nos ayude a vencerlos y si, a pesar de que nos parezca todo perdido, seguimos adelante, no hay duda alguna de que nos ayudará y saldremos vencedores. Tened presente en todo momento que las grandes batallas las han ganado siempre cansados guerreros.
Gracias, me encanta tu entrada de hoy. me identifico mucho con el terreno pedregoso, nunca le había puesto ese nombre a lo que me pasa a veces pero al leerlo me he identificado en mucho.
ResponderEliminarGracias a ti por entrar y realizar tu comentario. ¿Sabes? has dado un paso importante reconociendo lo que te pasa. No sé tu caso concreto pero es normal que ante algunas dificultades aparezca esa tentación de no seguir adelante. El propio Jesús se sintió también sin ánimos en el huerto de los Olivos. Muchos y grandes santos experimentaron el decaimiento al no conseguir los resultados que esperaban. El propio apóstol Santiago que seguramente llegó a Hispania tan feliz de poder transmitir a nuevas gentes el mensaje de Jesús, tuvo también un gran desánimo cuando no encontró el resultado que esperaba... En definitiva, ese pensamiento de "no vale la pena" lo hemos tenido todos alguna vez. Sin embargo, busca en esos momentos las manos amigas (en este blog ya se te ofrecen unas) y recuerda que seguir el mensaje de Jesús no es que valga la pena,... vale la Vida. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarQue gran verdad. De que gran peligro nos adviertes.
ResponderEliminarYo creo que tambien en muchas cosillas, he sido terreno pedregoso para la Palabra.
Pararme a orar sobre esas cosas, me ha echo ponerme en aletra, para que lo que estoy viviendo, en el peligro de las prisas, agobio y estres normales de la carrera, no se vea ahogado y muera. Que haya empezado con mucha fuerza, y no regarlo y ponerlo al Sol cada dia, para que pueda crecer sano y fuerte.
Ojala, que con tu reflexion, y poniendo todo esto en la oracion, sea capaz de seguir fiel a lo que Él quiere de mi, y que no se ahoge en terreno pedregoso...
Hola, Irene. Recuerda que esta reflexión termina también con la esperanza. Si perseveramos no tenemos que tener ningún miedo. Es una cuestión de actitud, de saber hacia donde te diriges y de lo que deseas realmente. Debemos ser como el labrador paciente que va preparando el terreno y sabe que tendrá que pasar un tiempo cuidándolo, regándolo, quitándole las malas hierbas... y todo eso sin ver resultado alguno. Sin embargo, tiene la confianza bien alta porque sabe que, al final, su esfuerzo se verá recompensado con una abundante cosecha. Un abrazo.
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