El pasado viernes no hubo una ceremonia multitudinaria en la plaza de San Pedro. Las cadenas de televisión no enfocaron los grandes tapices que descuelgan de los balcones de la basílica cada vez que la Iglesia eleva a un nuevo santo a los altares. No pudimos ver el rostro de ninguna persona a la que desde ese momento se le comenzara a rendir culto público y, sin embargo, ese mismo día, como hoy, la santidad ha sido alcanzada por hermanas y hermanos nuestros cuyas almas se encuentran ya en la eterna presencia de Cristo. Yo conocí a una de ellas…
La avanzada edad de la madre Rafaela no era impedimento para sus ganas de vivir. Cada vez que tenía alguna recaída y se recuperaba, ella me decía sonriente cual era su secreto para seguir adelante: “Anda, Señor, déjame un poquito más, ¿no?”. Solamente esa frase y la salud de sor Rafaela volvía a sorprender a los médicos que la atendían porque cuando ya aseguraban que dejaría este mundo, ella volvía a recuperarse. Pero el viernes se durmió, en ese sueño que tienen los santos que deja en sus rostros una expresión más cercana a la elevación que a la muerte. A veces, cuando había pasado un periodo de tiempo más largo de la cuenta y llegaba a visitarla, me sentía un poco avergonzado; sin embargo, jamás hubo por su parte ni el más ligero enfado, como si hubiera estado el mismo día anterior allí. Cuando le cogías su mano ella siempre sonreía y aunque llevaba años que sus ojos solo le permitían ver siluetas, la mirada agradeciendo aquella visita era tan hermosa que parecía imposible saliese de las pupilas de una persona que estaba prácticamente ciega. Nunca la escuché quejarse por nada, ni en los últimos tiempos en que apenas podía salir ya de su habitación. De su boca solo oí palabras de agradecimiento por todo y un eterno rosario que desgranaba a la par de Radio María, su más fiel compañera cuando el resto de las religiosas acudían a sus quehaceres cotidianos…
Cuando supe del fallecimiento de la madre Rafaela no pude sentir tristeza por el convencimiento que tengo de que goza ya de la presencia de Dios. Ella me vio crecer y yo la veía a ella como una abuela cariñosa a la que le dan vida sus nietos cuando llegan. Es posible que ciertas personas no entendiesen qué le daba esas ganas de vivir, para qué, con más de noventa años, sin poder ver, sin poder andar, sin valerse por sí misma… pero ella siempre pidiendo “Señor… un poquito más, ¿no?”… Hoy yo podría afirmar que en sus últimos años, después de una vida entregada a Cristo en las labores a las que la destinó su Congregación, fue cuando tuvo la tarea más importante y mejor… Ella rezaba mucho por todos nosotros, por su Comunidad, por los que nada tenían, por los problemas de los hombres… Hoy, cuando ya no podré visitar más a la madre Rafaela, pienso en esos hombres y mujeres a los que nosotros tendremos que sustituir en su testimonio de vida y voy entendiendo lo que significa el desprendimiento personal de la vocación. A partir de hoy tendré más presente que nunca su silenciosa ayuda porque su despedida era siempre la misma… “Que yo le pido mucho al Señor por ti”… Ahora, aunque no está para contarle lo que me angustia, debo tener un motivo de esperanza ante las dificultades y problemas que se nos presentan, porque por la misericordia de Dios, sé que ya le estará pidiendo a Él directamente.
¡Hola José!
ResponderEliminarNo te había escrito, me alegra tu gran experiencia de la vida, digo la vida eterna, pues aunque nos separamos de los seres queridos, y si ellos se han acogido a la infinita Misericordia de Dios creo que gozan ya de Él. Y pues esa debe ser la fe del cristiano, no por nuestros méritos que son bien pocos, pero si por su gran amor.
También me alegra que este blog no se quede inactivo, es muy bello y brinda muchos ánimos,
Dios bendiga tu labor.
SL2!!
Gracias María... La verdad es que cuando el anterior administrador, al que me une una gran amistad después de conocerlo también a través de este blog, me dijo que debía hacerme cargo de él no lo dudé ni un minuto... nunca antes había diseñado o administrado ninguno... no tenía ni idea de cómo hacerlo, pero con su ayuda y, sobre todo, con la confianza puesta en el Señor, me dispuse a dar gratis lo que gratis recibí. Quisiera seguir contando con vosotros a la vez que os pido encomendéis la vocación de quien me precedió en esta tarea. Fue él quien se ofreció de instrumento al Señor para que, a través de este blog, hoy nos encontremos juntos compartiendo nuestras experiencias en la búsqueda de la verdad eterna que es Cristo.
ResponderEliminarMe alegra mucho lo que dices,
ResponderEliminara Francisco no lo olvido.
José estas en mis muy humildes
oraciones.
DTB!!