Nuestro día a día está lleno de pequeñas decisiones que tomamos de manera automática sin apenas darnos cuenta. Cuando caminamos hacia algún lugar decidimos sobre la marcha cambiar la calle por la que íbamos al encontrarnos unas obras y cuando entramos en alguna entidad para hacer cualquier trámite burocrático pensamos al ver a un buen número de personas antes que nosotros “mejor aprovecho para hacer mientras tanto unas fotocopias y volveré más tarde cuando haya menos concurrencia”, otros, por el contrario, deciden quedarse y aguardar pacientemente a que les toque su turno aunque para eso tengan que esperar toda la mañana.
Decidir lo que vamos a almorzar ese día, si nos ponemos o no alguna prenda de abrigo cuando llega el otoño o simplemente el leer un libro o navegar por Internet, nos plantea en cada momento pequeñas dudas que resolvemos sin darle la mayor importancia.
Sin embargo, en la vida existen también decisiones de calado que cuesta mucho tomar. Los estudios superiores, el lugar de residencia, el matrimonio… son cuestiones que plantean dilemas a los que no siempre resulta fácil hacer frente. Pero en todos ellos llega un momento en el que hay que decidir, sin que nuestra elección pueda postergarse por más tiempo. La vocación religiosa sería, sin duda, uno de los mayores retos a los que habría de enfrentarse la persona cuando se trata de elegir. Porque el Señor llama a quien quiere pero no obliga a nadie a seguirlo. La gracia de la vocación no puede no puede nunca interferir al libre albeldrio que Dios nos ha dado y es por ese motivo por el que, a veces, estando tan seguros de querer responder a la llamada de Jesús nos cuesta tanto dar el paso definitivo para seguirle. Siempre hay un miedo… ¿estaré haciendo lo correcto? ¿será verdaderamente vocación o sólo son imaginaciones mías? ¿cómo reaccionarán los que me conocen? ¿qué pasará si pruebo y me doy cuenta de que no era lo yo pensaba? Estas dudas condicionan muchas veces nuestra elección y nos llevan a no actuar de una manera o de otra, porque si bien es cierto que no en nuestro interior no le decimos al Señor “No quiero seguirte”, no lo es menos que vamos buscando excusa tras excusa para retrasar en el tiempo la decisión incondicional de seguirle. ¿Cómo nos sentimos cuando actuamos de esta manera?... pues evidentemente, tristes, como el joven rico que se marchó a la ciudad cabizbajo cuando no quiso renunciar a sus riquezas para seguir a Jesús y es que cuando buscamos la verdadera felicidad solo la podremos encontrar en Cristo. Es curioso… normalmente es algo que sabemos, como aquel joven que también cumplía todos los Mandamientos, pero el desprendimiento total nos cuesta mucho por ese miedo terrible a equivocarnos, de ahí vienen nuestras dudas y de ahí nuestra inacción. Nuestro reto es superar ese dilema y hacerlo sin temor alguno en la confianza en el Señor. No querer renunciar del todo a lo que tenemos pero tampoco descartar definitivamente la vocación puede llevarnos a convertirnos en una nueva versión del asno de Buridán, aquel que tras ser privado durante varios días de alimento y agua, lo pusieron a la misma distancia de un gran montón de heno y de una fuente cristalina y allí murió de hambre y de sed porque no acababa de decidirse si empezar a saciarse primero por el heno o por el agua.
Sé que la teoría es fácil de explicar pero difícil a veces de ponerla en práctica. No os preocupéis porque en próximas entradas intentaré daros pequeños “truquillos” para liberarnos de esa angustia que supone el tener que tomar decisiones trascendentes en nuestra vida.
Un abrazo a todos y pensad que si caminamos junto al Señor será como ser amigos estar sentados junto al más inteligente de la clase de matemáticas. Si tenemos dificultad para resolver un problema seguro que discretamente nos susurrará cómo resolverlo para que también nosotros pasemos la prueba.
Muy bueno tu post. Un abrazo
ResponderEliminarMARCO NAVARRO
Muchas gracias por haberle dedicado un tiempo a su lectura y, por supuesto por el comentario. Espero seguir contando con vosotros para seguir creciendo juntos en nuestra Fe. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarMuy buenas tardes,
ResponderEliminarNo cabe duda, a Dios lo encontramos en cada detalle.
Hace solo un par de meses que conozco el blog, y ya con cada entrada me fascinaba.
Ando en un proceso de discernimiento, y como supongo que no es ni extraño, tengo algo de miedo, ya que siento la necesidad,
de ir dando pasos hacia delante; es decir, de DECIDIR.
Una vez que se sabe, no se Le puede dar largas, es imposible. Y tú, con esta nueva, (bueno, ya vieja...), es como si el Señor me hubiera dado un cosqui, y me hubiera dicho, ¿ves?
No paro tampoco de repertirme aquello de Santa Teresa: Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta; sólo Dios basta.
Pero, no ha estado nada mal, encontarme de repente con esto.
Muchas gracias, y estas en mis oraciones,
Un saludo
Me alegra mucho saber que te ha servido esta entrada... a mí también el leer tu respuesta porque no os voy a negar que a veces no tenemos mucho ánimo para escribir, o pensamos que no lo va a leer nadie o que de poco va a servir a ninguna persona. El poder servir de instrumento para que el Señor ayude al que se lo pide, es, sin duda, la mayor y más inmerecida recompensa al pequeño tiempo que, a través de estas líneas, estar con vosotros. No hace falta que os diga (ya lo hago al inicio de la página) que me tenéis a vuestra disposición en el correo que aparece por si queréis comentar algo de manera más privada. Os doy las gracias por vuestras oraciones y no dudéis que yo os tengo presentes en las mías. Un abrazo.
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