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"Vocación es un darse a Dios, con tal ansia, que hasta duelen las raíces del corazón al arrancarse" Beato "Lolo"







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domingo, 28 de agosto de 2011

La fuerza de la oración

Hoy la Iglesia celebra un día grande. Se conmemora la muerte de San Agustín en Hippo Regius en el año 430. Sin embargo, ayer tal vez pasó desapercibida una fecha que para mí tiene también una especial relevancia. Se trataba de santa Mónica, la madre del santo de Hipona.

El padre de Agustín, Patricio, no era creyente. Por el contrario, Mónica, su madre, era cristiana. En ese ambiente, ella intentó conducir a su hijo por el camino de Jesús pero, pese a sus esfuerzos, no lo consiguió. De poco valieron sus oraciones y súplicas, el joven Agustín siguió por derroteros muy apartados de lo que deseaba para él su madre.

¿Qué hizo entonces santa Mónica? ¿abandonó sus intentos? ¿pensó que era ya imposible reconducirle?... No, a partir de entonces se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento por la actitud de su hijo. Tras su conversión, el propio Agustín diría de sí mismo que era “El hijo de las lágrimas de su madre”.

La vida del que habría de ser uno de los padres de la Iglesia latina tuvo una juventud disipada y así permaneció durante un largo tiempo en el que su madre perseveró en la oración hasta que, finalmente, fue escuchada y se produjo la tan ansiada conversión. ¿Qué hubiera pasado si santa Mónica hubiera dejado de pedirle al Señor el cambio en el corazón de su hijo? A veces nos cansamos demasiado pronto, creemos que ya hemos pedido bastante a Dios sin obtener respuesta alguna y nos rendimos… lo que quizá no sepamos es que es posible que lo estemos haciendo en el instante previo en que íbamos a obtener aquello por lo que rogábamos. La duda del último momento puede que, al igual que a San Pedro, nos haga hundirnos si no en el mar de Galilea, en el de la desesperación y la angustia.

La oración es fundamental en nuestra vida cristiana. Es la forma de comunicarnos con Jesús, de tener una conversación íntima con Él en la que cada día tendríamos algo que contarle… Pero claro… tal vez muchas personas digamos… “yo hago oración, le pido al Señor pero no me sirve de nada”. Sin embargo, deberíamos preguntarnos cómo la hacemos… ¿abrimos de verdad nuestro corazón o simplemente recitamos una serie de frases aprendidas en nuestra infancia?...

Cuando queremos conversar con alguien es fundamental que sepamos de lo que queremos hablar. De hecho, así lo hacemos cuando decimos “Tengo que ir a hablar con el profesor porque no estoy conforme con la nota de mi examen…” “Tengo que llamar por teléfono a mi amigo para ver si vamos a subir este sábado a la sierra” “Cuando vuelvas de tu viaje hablaremos de esa posibilidad de trabajar juntos…”

En todos los casos sabemos qué es lo que vamos a tratar en la conversación y contamos con la otra persona… La explicación del profesor, la disponibilidad del amigo, la conveniencia del socio… Sería absurdo intentar quedar con alguien para resolver algún tema concreto y luego no hablar de ello; por lo tanto, en la oración eficaz como en la conversación fructífera, tenemos que saber a quien nos dirigimos y lo que queremos transmitirle. Si lo hacemos así, obtendremos la respuesta… claro, que igual no es la que nosotros esperábamos… tal vez el profesor nos muestre el examen y nos haga ver nuestros múltiples errores, quizá a nuestro amigo no le venga bien quedar este sábado para subir a la sierra y nuestro hipotético socio encuentra durante su viaje a nuevos inversores con los que llevar a cabo el proyecto que tenía previsto… ¿Qué hacemos nosotros ante situaciones de este tipo? ¿Acaso abandonamos los estudios por suspender un examen? ¿dejamos de hablarle a un amigo para siempre por no haber venido con nosotros el día que queríamos hacer la escalada? ¿abandonaremos el mundo de la empresa por no haber podido participar en un proyecto concreto…? La respuesta a todas estas preguntas sería NO. Está claro que las personas no somos tan drásticas de repente en cuestiones que sabemos pueden cambiar más adelante… (el siguiente examen lo podemos aprobar, nuestro amigo puede estar disponible a partir del siguiente fin de semana, nos pueden proponer un proyecto mucho más interesante que el que íbamos a desarrollar con el anterior socio…). En definitiva, debemos perseverar y hacerlo, sobre todo, cuando las cosas no salen como esperábamos. En palabras del propio San Agustín “Quien no ha tenido tribulaciones que soportar es que no ha comenzado a ser cristiano de verdad”.

En el sprint final es cuando se decide de verdad una carrera. Ningún corredor de fondo se rendiría ante este último esfuerzo porque sabe que aunque tuviera que dar de sí lo que aparentemente ya no puede, su triunfo estaría asegurado porque esa entrega total en el momento culminante le llevaría a alcanzar la meta.

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