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"Vocación es un darse a Dios, con tal ansia, que hasta duelen las raíces del corazón al arrancarse" Beato "Lolo"







Me agradará enormemente compartir vuestras alegrías, pero mucho más lo hará el que podamos superar juntos las dificultades que se nos presenten en la que, sin duda, será la mayor aventura de nuestras vidas. Para ello podeis escribirme cada vez que lo deseeis a escalandolacima@gmail.com




jueves, 4 de agosto de 2011

Buscando un camino

En la vida hay muchos caminos y tomar el más acertado es algo que, evidentemente, nos preocupa. Cuando emprendemos un viaje hacia un destino en el que no habíamos estado antes, siempre procuramos consultar mapas de carreteras, preguntar a quien ya hizo antes el mismo trayecto, entrar en Internet para conseguir aquellos datos que consideramos importantes. En definitiva, tratamos de estar lo más seguros posible antes de partir. Sin embargo, ¿qué ocurriría si para llegar a ese lugar hubiese un camino diferente para cada persona? ¿a quien podríamos recurrir entonces para que despejase nuestras dudas? ¿Quién nos diría el tiempo que tardaríamos en llegar o las dificultades que nos podríamos encontrar durante el viaje?...

Querer encontrar respuestas a través de comparativas no nos sería del todo útil porque, efectivamente, en la vocación religiosa, cada uno tiene un camino especial que recorrer y, aunque a ojos de los demás, puedan resultar parecidos los que emprenden quienes desean llegar a un mismo destino, lo cierto es que en cada caso hay sus particularidades.

A menudo se han orientado muchas vocaciones por la experiencia de otros. De este modo, es común que un novicio agustino o jesuita haya estudiado antes en alguno de los colegios que mantienen estos religiosos y lo mismo ocurre con quien siendo acólito en su parroquia, entra en contacto con el seminario y al final acaba siendo sacerdote.

Nos guiamos, tal vez demasiado, por las experiencias de los demás y, aunque no es que sea algo negativo en absoluto, sí que nos impide escuchar la llamada de Cristo en nuestro corazón y pedirle que sea Él quien nos guíe por el camino más adecuado para nuestra vida.

Sé que esto que digo es difícil porque para ello es necesaria una confianza total y absoluta en el Señor y eso le faltó incluso a sus primeros discípulos que aún estando con Él en la barca, le despertaron temiendo hundirse en medio de la tormenta. Nosotros también dudamos y tememos ahogarnos en la adversidad, creemos entonces que Dios “está dormido”, no se da cuenta de las dificultades (reacción de la familia y amigos, temor a equivocarse, dejar atrás relaciones de pareja…) que encontramos al aceptar la vocación y no hace nada por ayudarnos a superar esos problemas para poder seguirle. Sin embargo, ante esas contrariedades u otras de las muchas que hay en la vida, qué pocas veces nos mantenemos calmados con la absoluta confianza en quien mandó callar a los vientos y las aguas en aquel lago de Galilea. “¿Porqué sois tan cobardes? ¿Dónde está vuestra fe?”... ¿Cuántas veces escucharíamos hoy esas mismas preguntas de boca del Maestro? ¿Cómo queremos acertar en nuestro camino si nos fijamos más en cómo les ha ido a los unos o lo que dicen los otros para tomar nuestra decisión, en lugar de sacar fuerzas cuando más cansados estamos y decirle al Señor: “Llevo bregando toda mi vida y no he conseguido encontrar ese camino, pero por Tu palabra lo volveré a intentar una vez más”?

Creedme si os digo que será en ese momento cuando habremos acertado plenamente y las dudas y problemas se disiparán. Pero hay algo a tener en cuenta, como Pedro y los demás habían faenado toda la noche sin pescar nada antes de aquella pesca milagrosa, nosotros también tenemos que intentarlo, esforzarnos y seguir confiando aunque haya momentos en los que no veamos los resultados. Será junto cuando nos sintamos más decaídos cuando el Señor nos ayudará. El milagro está ya preparado para nosotros, solo tenemos que confiar con toda nuestra alma y Dios, como buen Padre, nos indicará el camino que deberemos tomar para alcanzar la vida eterna.

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