En la habituales deferencias que nuestro amigo Javier, para el que os pido especialmente vuestras oraciones, tiene con esta página, nos manda desde Zaragoza la interesante reflexión que podéis leer bajo estas líneas y que viene muy a colación de la necesidad de pedir a Dios por las vocaciones.
“Rogad, pues, al dueño de la mies...”
Al comienzo de cada nuevo curso no hay casa religiosa que no eleve su mirada al cielo al ver que sus noviciados o están vacíos o con un numero más bien “escaso”. Por eso este intento de convencerles, queridos lectores, de la importancia de sentirnos todos sin excepción animadores vocacionales.
Como siempre al tratar este tipo de temas surgen preguntas que a veces no sabemos ni a quien planteárselas: ¿Cuál debe ser el contenido de una animación vocacional? Lo que es más serio ¿Qué actitud de vida reflejamos a cuantos vienen a experimentar nuestra forma de consagración? Yo creo que el primer contenido de toda animación vocacional es el mismo consagrado con todos los aspectos de su humanidad, hombres o mujeres plenamente realizados en su carisma, consagrados para la misión, el martirio y la profecía. Al joven deberemos, ante todo, responsabilizarlo de las cualidades que posee, de la vida que le ha sido dada y los bienes que la acompañan; despertar en él el sentido de su libertad para que no caiga en la esclavitud de las modas del momento y de los condicionamientos interiores que le empobrecen; incitarle a buscar, en la compleja trama de su historia, la verdad de su yo, la cual se descubre plenamente y da identidad sólo cando llega a su realización de la propia vocación personal.
Un autentico animador vocacional trata siempre de ayudar respetuosamente al joven a plantearse correctamente el problema de su identidad. Es importante y sensato, además, que el joven de hoy se convenza que su vida no está ni puede estar toda en sus manos, ni puede pretender gestionarla con el mando a distancia, como si se tratase de un juego, pasándose indiferente y alegremente de un “programa” a otro, sin elegir ni tomar opción alguna de vida, quedando sólo con una gran confusión mental. Animador vocacional es todo consagrado que enseña al joven a orar, a orar no sólo buscando y encontrando a Dios, sino buscando y encontrándose a sí mismo en Dios, para reconocer el propio rostro del Padre, y descubrir la verdad del yo en la revelación de Dios. ¡Cuántos jóvenes podrían hoy descubrir su vocación sólo con que hubiese verdaderos animadores vocacionales capaces de orar y de enseñar a orar!
Pero, entendámoslo bien, no basta orar obsesivamente al Dueño de la mies para que envié obreros a su mies, descargando sobre el Padre nuestra responsabilidad y confundiendo la oración con el intento de “convertir” a Dios a nuestras expectativas y a nuestros deseos de ver de nuevo llenos nuestros conventos y seminarios. Lo que se necesita es que nosotros aprendamos a convertirnos a las esperanzas y deseos de Dios, el cual, si no nos escucha como desearíamos, es, probablemente, porque quiere purificar nuestros deseos y transformar nuestras vidas y nuestro modo de vivir la consagración. Desea que dejemos atrás ciertas nostalgias y que experimentemos nuestras debilidades y su fuerza, precisamente a través de la “prueba” de esta crisis vocacional y no olvidemos que la crisis de las vocaciones es, también, siempre crisis de dirección espiritual.
Cuando el animador vocacional no es sólo el que anuncia y propone, sino el que, además, vive una experiencia coherente de vida, el impacto psicológico es mucho más fuerte. Nadie puede pretender que los miembros de una comunidad de acogida sean modelos de perfección y de santidad, pero sí que sean religiosos o formadores suficientemente maduros, serenos, convencidos y felices... ¡esto sí! Más en particular, que sean personas que hayan logrado “integrar su persona con el proyecto de consagración”.
No es raro el caso de jóvenes en búsqueda que, invitados a hacer una experiencia en las comunidades de acogida con la perspectiva y esperanza de aclarar sus dudas, se encuentren al final con los mismos interrogantes que habían llevado. Sólo el acompañamiento individual, el encuentro tú a tú, puede hacer emerger en el joven lo positivo que hay en él, despertando el anhelo de ser él mismo y la fuerza para oponerse a los condicionamientos externos: si el joven se encuentra sin dirección, es preciso ayudarle a que la encuentre. Es muy importante aquí la intuición espiritual del que guía: él no es ni un ángel consolador, ni agente de informaciones para turistas perdidos por la vida, sino creyente que conoce el camino fatigoso del descubrimiento de Dios y de su rostro, con todas las tentaciones de distraerse o pararse cayendo en las redes del ídolo de la autorrealización. Más de un consagrado ha experimentado en su propia piel y en su persona el juego amargo, trucado y engañoso, de esta pretendida autorrealización: un ídolo nunca satisfecho y cada vez más exigente, seductor y desleal con quien, como Narciso, quisiera mirarse en el espejo de cuanto hace, imagen fatua e inconsistente del yo, reflejándose en las aguas donde todo Narciso antes o después, termina por ahogarse...
Termino con un texto de P. Cabra: “La vida religiosa concentra toda su atención sobre este mundo transformado inaugurado por el Señor resucitado, y atraída por su belleza, vive sus maravillas, ante su esplendor supera las dificultades cotidianas, descubre la poesía de lo divino, afina el sentido de la belleza de lo divino porque Dios es bello.
Por tanto es bello entregarse a Dios, y lo es ser religiosos, como lo es todo aquello que nos acerca a Dios: es bella la liturgia, bello el templo, bellas las celebraciones, bello el canto, bello el hablar con Dios, bello el servirle... Es bello no sólo el amor de la pareja humana, es bello, inmensamente más bello, el amor de Dios al hombre y el amor del hombre a su Dios... Dios es bello: esto lo debe proclamar con los ojos, con la palabra, con la acción, con la vida entera, el religioso y toda nuestra comunidad”. Las incoherencias y desarmonías en este campo, por más que puedan parecer problema privado y personal, se pagan regularmente caras. En efecto, lo estamos pagando...
En cierta ocasión escuche de una homilía en la que el predicador lanzaba este planteamiento: “Pedimos a Dios envié a muchos jóvenes la semilla divina de la vocación, pero ¿pedimos alguna vez que envié jardineros apropiados?.” Creo que es momento de reflexionar cada uno de nosotros cual es nuestro posicionamiento ante este tema, nuestro modo de orar y nuestro modo de actuar.
Excelente articulo, felicidades al autor de esta buena reflexión llena de verdades, si es muy importante el acompañante vocacional, pero también es muy importante el dejarse acompañar, al menos ese es mi caso, no es por mal acompañante si no por no dejarme acompañar del todo.
ResponderEliminarOs pongo este trozo del texto que es el que me ha tocado, me removido, porque me siento identificada.
Es importante y sensato, además, que el joven de hoy se convenza que su vida no está ni puede estar toda en sus manos, ni puede pretender gestionarla con el mando a distancia, como si se tratase de un juego, pasándose indiferente y alegremente de un “programa” a otro, sin elegir ni tomar opción alguna de vida, quedando sólo con una gran confusión mental.