El día a día del verano poco a poco va acabando, ¿verdad? Aunque algunos aún vivamos con el ritmo del verano, ya tenemos la mente puesta en comenzar de nuevo las actividades cotidianas. Todas las cosas parecen volver a su cauce. Se oyen por ahí eso de "depresión postvacacional".
Bien, comencé el verano diciendo que esta estación nos permite acercarnos más a Dios pues tenemos más tiempo para dedicarselo. Sin embargo, al principio, admito que me relajé. "Será el
calor", pensé... El calor; aquella expresión me hizo pensar largo y tendido. El calor nos pone blandos, sudamos, nos quita el hambre, nos inactiva y nos dejamos inactivar. ¿No debería ser al contrario? El calor, pura energía, puro movimiento. Fue entonces cuando en

Sí, hermanos, sí, a esa pregunta tan rara llegué. "Claro, el calor es como el Amor de Dios, que cuanto más hay, más te abrasa; cuanto menos tienes, más lo necesitas; nos hace desprendernos de cosas y, por supuesto, a veces llega a ser asfixiante." ¿El amor de Dios asfixiante? No, no, asfixiante les parece a aquellos que se dejan inactivar, que se ponen blandos. "Es evidente, el Amor de Dios es como el calor: quien lo recibe tiene las opciones de conformarse, es decir, sentarse y dejarlo estar o puede optar por la opción de moverse, que es cuando empezamos a transpirar, necesitamos líquido, cada vez más líquido cuanto más nos movemos".
Y, aunque esta extraña reflexión pudiera parecer un tanto atrevida, ha hecho que este verano persevere más que nunca. Para mí, os confieso, ha sido una Gracia de Dios. ¿Por qué?
Pues bien, cada vez que comenzaba a sudar y a quedarme con menos vestimenta, recordaba que el amor de Dios nos quema tanto que tenemos que darlo a los demás y no quedarnos cada vez con menos. También, en los días de más calor, a las 3 de la tarde, bebía mucha agua. Y así tenía presente lo importante que es la oración en nuestra relación con Dios. El agua de la oración: meditada o contemplativa. Y, como no podría ser de otra forma, estaba María presente en cada momento pues veía que en mi familia no parábamos, hiciera el calor que hiciese rezábamos y trabajábamos. Una vida, de alguna manera, al estilo de Nazaret.
Y, esto, ¿por qué os lo digo ahora? Esta semana podría llamarla la "semana de desesperación". Poco a poco Criso me ha ido mostrando de una manera genuina la falta de esperanza que tenemos los cristianos. Comenzando por mí, la dichosa matrícula... desespero. Un buen hermano espiritual desespera pues quiere ser ya del Señor pero debe solucionar los problemas de trabajo. Un familiar cercano con problemas económicos no halla paz y vuelve a desesperarse. Los padres de una postulante a contemplativa no soportan la situación de su hija, en un convento, "le han lavado la cabeza", sufren y ven que la pierden, desesperan. En una gran orden mendicante veo cómo un postulante abandona, abraza el pecado, la tristeza y desespera por no encontrar sentido a su vida. E incluso varios sacerdotes jóvenes, muy santos y amigos han dejado este verano el sacerdocio pues "querían pero debían esperar" y ser obedientes.
¿Qué tiene que ver esto con el calor? Hermanos, quiero haceros una pregunta. ¿Cuándo valoráis más al calor? ¿En invierno o en verano? Cuando hace frío y llegamos a casa, con la calefacción, damos gracias y es el momento en el que valoramos más el calor, ¿no? Pues, ahí está la clave. Todo este discurso es para deciros la importancia que tiene esperar. En mitad del día, en invierno, se estropea el coche, o no funciona la calefacción en la facultad, o se nos olvida la bufanda... ¿qué ocurre? Tenemos, como siempre dos opciones: esperar con paciencia llegar a casa o desesperar y lanzarnos al primer lugar en el que encontremos algo de calor. Lo mismo ocurre con Dios y con su Amor. ¿Por qué esos inviernos del alma? Pues, de otra manera, no valoraríamos este Amor de Dios, este Calor de Padre. En teoría está genial deciros esto, pero, la práctica es otra cosa.
¿Qué hacer en medio de esos inviernos? Personalmente, hago tres cosas que aprendí.
CONFIAR: "Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28,16)
TENER PACIENCIA: "Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta". (Santa Teresa de Jesús)
REZAR A MARÍA: "Su madre guardaba estas cosas en su corazón" (Lc 2,51)
No es otra cosa que amar a Dios, hermanos. Pues más vale el Amor en la tribulación, por lo tanto, así me dé Dios mil y una tribulaciones y su Compañía. Hermanos, admito que descubrir esto me llevó mucho tiempo. Cuando sucumbía a los inviernos del alma y, después, volvía a ser de Dios tomé la resolución de ejercitarme en ese Amor de Dios, en ese calor de Padre. Ejercitar la ESPERANZA. Y vi, que tenía muchas cruces en la habitación, en la casa, en la Iglesia, y la tenía en el corazón pero no tenía nada que hiciera referencia a la Resurrecion y menos aún al Nacimiento de Dios... Y ahí apareció mi abuela con su filosofía de niña pequeña: en su cuarto tenía un cuadro del Sagrado Corazón, otro del Inmaculado Corazón y un Niño Jesús en su cómoda.
Desde entonces, tengo el signo de la espera, de la esperanza en mi cu

Preparémonos para los inviernos del alma. Como siempre, con María y en María os dejo.