Hace unas semanas escribía la primera entrada sobre el discernimiento vocacional y hoy continúo haciéndolo con la intención de ofrecer una pequeña ayuda a quienes buscan que la vida les ofrezca algo más.
La llamada de Dios es algo personal y único. Cada caso es diferente y no podríamos generalizar pensando que la experiencia de una persona es la que van a tener todas. No, el Señor nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Tiene un plan especial para cada uno de nosotros y, por tanto, cada vivencia será irrepetible. Sin embargo, hay una serie de pasos que nos ayudarán a escuchar la voz de Jesús, que nos servirán para saber responderle y nos guiarán en el camino que estemos dispuestos a recorrer. En la ocasión anterior hablábamos de tres de ellos, descubramos ahora otros dos más.
La reflexión será el siguiente paso que deberemos dar para descubir si realmente tenemos vocación religiosa. Recordemos lo que decía San Lucas en su Evangelio:
“Si uno de ustedes quiere construir una torre ¿no se sienta primero a calcular los
gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no
pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: “Este
comenzó a edificar y no pudo terminar”. Lc 14, 28-30
La vocación es una empresa demasiado grande y si verdaderamente estamos comprometidos con ella será para toda la vida. Por ese motivo no podemos lanzarnos sin antes reflexionar sobre la vida que
pretendemos abrazar.
Debemos pensar en cuáles son nuestras capacidades y limitaciones, si podríamos vivir las
exigencias que implica la vocación, aunque para ello contemos, por supuesto, con la ayuda del Señor.
¿En
qué signos concretos te basas para pensar que Dios te llama? ¿Qué razones en favor y en
contra tienes para emprender ese camino? ¿Qué es lo que te atrae y qué lo que no te
gusta de ese estado de vida?
Cuando Jesús nos llama, desea que nos comprometamos de manera responsable, utilizando nuestra inteligencia para buscar la vocación. Con la luz del Espíritu
Santo podremos descubrir lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, pero es muy importante que sepamos que siempre surgirán dudas. La vocación no es algo así
como tener un contrato firmado con Dios, donde Él te revelara su voluntad. Todo será mucho más sutil y lo que
encontraremos realmente serán signos que nos irán indicando cuál podría ser el proyecto de amistad que tiene
para cada uno de nosotros.
Al descifrar esos signos podrás tener certeza moral de su llamada. Yo tengo certeza
absoluta de que no puede haber un círculo cuadrado, y tengo certeza moral de que la silla
en la que estoy sentado no se va a romper. La certeza moral es la que necesitas para
actuar.
Al dar este paso podrás decir: “Creo que Jesús me llama”. “Creo que, con
la ayuda del Espíritu Santo, podré responder”.
Una
vez que hallamos dedicado el tiempo suficiente a reflexionar sobre nuestra vida, llegará el momento de tomar la Decisión:
“Te seguiré vayas adonde vayas” dice San Lucas en su Evangelio.
Habiendo descubierto lo que Dios quiere de ti, decídete a seguirlo. Tomar tal decisión es difícil. Sentirás miedo. Tus limitaciones te parecerán
montañas:
“¡Ay Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho” (Jr
1, 6).
Sin embargo, a pesar de tus limitaciones -o mejor con todas ellas-, responde como
Isaías:
“Aquí estoy, Señor, envíame” (Ls 6, 8).
Decir el “sí” con el cual comprometes toda tu vida es una gracia. Pídele al
Espíritu Santo que te dé esa capacidad de respuesta. No afrontar la decisión equivale a
desperdiciar tu vida.
Para iniciar el camino de la vocación no esperes tener certeza absoluta de que Dios te
llama (“el contrato firmado”); te basta la certeza moral. La decisión es un
paso en la fe; en un acto de confianza en tu amigo Jesús.
Al decidirte a seguir radicalmente a Jesús es normal que tengas dudas de si podrás con
las exigencias y si llegarás al final. Pero de lo que no puedes dudar es de lo que tú
quieres.
Al dar este paso podrás decir: “Quiero consagrar mi vida a Dios en el servicio de
mis hermanos”. “Quiero ingresar en esta congregación religiosa”.
“Quiero ser sacerdote”.
Si finalmente has llegado a tomar esta decisión, cuenta con mis oraciones y, por supuesto, tienes abierta esta página para expresar libremente tus sentimientos. Piensa que aunque decíamos que cada persona puede percibir la llamada del Señor de una manera diferente, las experiencias de los demás pueden ser el impulso que necesiten para decidir con valentía entregarse por completo a esa amistad tan especial que Jesús les está brindando.
Gracias por estas dos entradas. Lo has abordado muy bien, y con citas bíblicas muy esclarecedoras.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por tu comentario y, sobre todo, por entrar en esta página. Queda una última entrada sobre como descubrir la vocación y confío que todas juntas puedan servir de ayuda para quienes, a veces, buscan a través de la red lo que en los confesionarios, tantas veces vacíos de sacerdotes, no encuentran.
ResponderEliminarGracias me ha servido de mucho porque pude aclarar algunos detalles sobre mi discernimiento el cual estoy llevando a cabo espero dios mediante estar en el llamado de dios como misionero del espíritu santo sacerdote
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