Con la llegada de la Cuaresma, las palabras que dan título a esta
entrada comenzarán a escucharse una vez más con bastante frecuencia en los
ámbitos religiosos.
De pequeño recuerdo
como nos enseñaban en casa la tradición de “guardar la Vigilia” que así llamaban
en mi tierra a no comer carne los viernes siguientes hasta llegar a la Pascua. También los sacerdotes
nos recordaban que había que hacer penitencia y el Miércoles de Ceniza nos
dejaban un poco asustados con aquello de recordarnos que “polvo eres y en polvo
te convertirás”… claro que nuestro entusiasmo infantil nos hacía olvidarnos
pronto de la certera sentencia y nuestra mente parecía quedar lejos de esos
sacrificios que tanto nos incidían debíamos llevar a cabo durante este tiempo…
Después crecimos y hubo algunos cambios
en la Liturgia…
el “memento mori” acabó siendo sustituido por el “Conviértete y cree en el
Evangelio” y la Ceniza
dejó de convertirse en un acto casi oficial de los colegios como lo fue en mis
primeros años.
Así llegamos a nuestros días, inmersos muchas veces en
recuerdos de otras épocas, y notamos, sin embargo, que sigue habiendo cosas
que, pese a escucharlas año tras año, no acabamos de otorgarle el verdadero
sentido que habrían de tener. Y me explico: Siempre me he preguntado, por
ejemplo, que sacrificio sería para un vegetariano el no comer carne los Viernes
de Cuaresma, o qué supondría ayunar un día como hoy para una persona que ha
probado ya siete sistemas de adelgazamiento distintos porque está bastante
gruesa… En un caso y en otro, esta piadosa práctica que diferenciaba este
tiempo de los demás del año, poco esfuerzo habría de suponerle a los ejemplos
referidos.
Hubo tiempos (supongo que hoy también… hay gente para todo)
que las gentes mortificaban sus cuerpos con sangrientas penitencias que les
servían para recordar aún más la
Pasión de Cristo. Sin embargo, ¿Cuántos estarían dispuestos a
infringirse incluso un dolor corporal antes que volver a dirigirle la palabra,
por ejemplo, a alguien que consideraban les había ofendido?... Nuestra vanidad,
nuestra soberbia y orgullo, nuestra desidia… esos son los males que debemos
desterrar en la Cuaresma
y no quedarnos exclusivamente en lo externo, en la costumbre (por piadosa que
sea) y en las palabras huecas que, como los buenos propósitos que se hacen a
comienzos de año y se abandonan poco después, no sirven para nada.
Me gustaría que nos planteásemos penitencias positivas, ¿y
qué es eso? Os preguntaréis muchos de vosotros. Pues, sencillamente, hacer
aquello que nos cuesta trabajo y que a la vez puede beneficiar a alguien. Si os
dijera, por establecer un supuesto, que me resulta cómodo poner una sonrisa y
olvidar de corazón el daño que otra persona me haya causado, os mentiría,
evidentemente. Hacer lo que os propongo sería para mí un sacrificio, pero si lo
hago, conseguiría además que donde hubo odio se ponga amor, donde existía el
resentimiento resplandezca el perdón. Eso puede costar, y mucho, pero podemos
intentarlo… Por lo pronto, os diré cual va a ser mi primer pequeño sacrificio
de esta Cuaresma. Luchar contra la desidia, desterrar el desánimo y atender con
más frecuencia este blog y vuestros mensajes, haceros presente que me tenéis a
vuestra disposición y demostrarlo, no sólo con palabras, sino contestando
vuestros correos y procurando escribir temas que sirvan para acercarnos un poco
más a la Vocación,
la del sacerdote, la de la religiosa, la del laico… en definitiva, nuestra
vocación de cristianos. Sé que me supondrá un esfuerzo (a veces ocupamos
demasiado nuestro tiempo y nos olvidamos de las cosas verdaderamente
importantes), pero estoy seguro que con la ayuda del Señor y con vuestro apoyo
lo conseguiré. Os animo a que practiquéis durante esta Cuaresma esos
“sacrificios positivos” y contribuyamos de ese modo a poner de relieve el Amor
(con mayúscula), el mismo que centra todos los Mandamientos, el mismo por el
que Cristo se entregó y se sigue entregando cada día por todos nosotros.