¿Cómo se
puede estar seguro de algo que no se ha experimentado antes? ¿Cómo saber si una
decisión importante de nuestra vida es la adecuada? ¿De qué manera podríamos
saber si tenemos realmente vocación religiosa?...
Estas y
otras preguntas nos las hemos hecho todos alguna vez y no siempre hemos
encontrado respuesta. De poco nos valdría lo que nos pudieran decir los demás
porque cada uno desarrolla su vida de una manera y lo que para unos es muy
positivo para otros puede no aportar nada. Incluso hay cosas que ni nosotros
mismos acertamos a explicarnos. Si alguna vez os habéis enamorado, sabréis
perfectamente de lo que os hablo y si a alguien le preguntas qué es lo que se
siente cuando te enamoras, la respuesta más probable que obtengas será que “Es
algo que no se puede explicar”.
Igual
pasa con la vocación. Es algo que se siente dentro, una inquietud, un “algo”
especial que no sabríamos definir muy bien pero que de igual modo hace que nos
preocupemos al no saber si ese sentimiento responde verdaderamente a la llamada
del Señor o no.
Pero
bueno, tampoco tenemos que pensar que es algo en exceso complicado. Si me lo
permitís, y atendiendo también a la petición que alguien me hacía desde México
(va por ti, María), intentaré en las próximas entradas, daros algunas pautas
que os pueden ayudar a tener más claros vuestros sentimientos.
Siete son los pasos que vamos a seguir en este
proceso de discernimiento y el primero, como no podría ser de otra forma, será
orar a Dios.
“Señor ¿Qué quieres que haga?” Hch 22, 10
La vocación religiosa es, sin duda, el proyecto de amistad que Jesús te propone y te invita a realizar. No es principalmente una decisión que tú tomas sino una llamada a la que respondes.
“Señor ¿Qué quieres que haga?” Hch 22, 10
La vocación religiosa es, sin duda, el proyecto de amistad que Jesús te propone y te invita a realizar. No es principalmente una decisión que tú tomas sino una llamada a la que respondes.
Para descubrir la vocación no hay nada como dialogar con Jesús. Sólo mediante la oración podrás encontrar lo que Dios quiere de ti. Por lo tanto, el primero es la Oración. En ella el Espíritu Santo afinará tu oído para que puedas escuchar. Será entonces, en ese diálogo con el Amigo que nunca falla, cuando podrás oír su voz invitándote a dejarlo todo por Él:
“ven y
sígueme” (Lc 18, 22)
o bien, escucharás que te dice:
“Vuelve a tu casa y
cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti” (Lc 8, 39).
No hay que tener miedo de
que fuese esa segunda opción. El Señor sabe perfectamente donde podemos ser más
útiles y nuestra respuesta afirmativa a seguirle no tiene porqué implicar
siempre el ingreso en un convento o en un seminario. Se trata de que aceptemos
su invitación a cambiar nuestra vida, a ser como Él quiere que seamos, siendo
fieles a su Palabra y amando a nuestros hermanos como Él nos ama. Que allá
donde estemos seamos capaces de demostrar que, como María, hemos respondido SÍ
al Señor.
El segundo de los pasos seria la Percepción:
“Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos y aunque yo hacía esfuerzos por ahogarlo, no podía”. Jr 20, 9
Para descubrir lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, tenemos que escuchar, mirar y experimentar. Para esto necesitas hacer silencio interior y exterior. Busca un lugar tranquilo y empieza a observar tu interior. Todos decimos que nos conocemos, pero, en la mayoría de las ocasiones, el “ruido” de la vida, los quehaceres cotidianos, los entretenimientos nos impiden conocer realmente nuestros deseos, nuestros miedos, los pensamientos que ocupan nuestra mente, las fantasías que tenemos, nuestras inquietudes y los proyectos que hacen que nos ilusionemos. Escucha tanto a los que aprueban tu inquietud como a los que la critican. Escucha tu corazón: ¿qué es lo que anhelas? Aprende a mirar a los hombres que te rodean: ¿qué te está diciendo Jesús a través de su pobreza, de su ignorancia, de su dolor, de sus desesperanzas, de su necesidad de Dios...?
Ve tu historia:
¿Por qué camino te ha llevado Dios? ¿Cuáles han sido los
acontecimientos más importantes de tu vida?, ¿de qué manera Dios estuvo
presente o ausente en ellos? ¿Qué personas concretas han sido significativas
para ti?, ¿por qué? Contempla el futuro: ¿qué experimentas al pensar en la
posibilidad de consagrar tu vida a Dios? Tienes sólo una vida, ¿a qué quieres
dedicarla?
Ten cuidado en discernir si tu inquietud y la atracción que sientes son signos de una verdadera vocación consagrada o son manifestaciones de que Dios quiere que intensifiques tu vida cristiana como seglar. Ya decía antes que hay muchas formas de seguir al Señor. No debemos desilusionarnos si finalmente descubrimos que no tenemos vocación religiosa, lo importante es saber que tenemos vocación como cristianos de cumplir la voluntad del Señor y para ello no debemos equivocarnos. Es por ello que en este paso convendría decir:
“Tal vez Dios me
esté llamando...” “Siento la inquietud de consagrar mi vida a Dios”.
Si así lo
hacemos, el tercero de los pasos
sería la Información:
“Observen cómo es el país y sus habitantes, si son fuertes o débiles, escasos o numerosos; cómo es la tierra, buena o mala; cómo son las ciudades que habitan, de tiendas o amuralladas; cómo es la tierra fértil o estéril; con vegetación o sin ella”. Nm 13, 18-20
Los caminos para realizar la vocación consagrada son múltiples. No basta con querer entregar tu vida a Dios y desear dedicarte al servicio de tus hermanos. Es necesario saber dónde quiere Dios que tú lo sirvas.
Para descubrir tu lugar en la Iglesia es conveniente no dejarse guiar por un primer impulso, sino intentar conocer las diversas vocaciones, los distingos carismas. En definitiva, ampliar nuestras miras a la diversidad vocacional que nos ofrece la Iglesia. Investiga cuál es la espiritualidad que viven los sacerdotes diocesanos o las diferentes congregaciones religiosas; y siente cuál de ellas te atrae. Ve cómo viven: no es lo mismo una congregación contemplativa que una de vida apostólica. Infórmate sobre cuál es su misión y por qué medios pretenden realizarla: enseñanza, hospitales, dirección espiritual, promoción vocacional, misiones, predicación de ejercicios, medios de comunicación, etc. Conoce quiénes son los principales destinatarios de su apostolado: jóvenes, pobres, sacerdotes, enfermos, niños, seminarios, ancianos, etc.
Aunque ordinariamente cuando se experimenta la inquietud vocacional se siente también el atractivo por una ‘vocación específica, vale la pena que dediques algunas horas a informarte más a fondo sobre esa vocación y sobre otras. Y si al final te decidieras por la que en el principio te inclinabas, el tiempo empleado en informarte no habrá sido desperdiciado.
Al dar este paso podrás decir:
“Me atrae la espiritualidad, el estilo de vida y
el apostolado de esta congregación”. “Posiblemente Dios me está llamando a
ingresar al noviciado o al seminario”.
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