Hoy celebramos el nacimiento en el cielo de San Agustín. Quiero felicitar a todos los que os llamáis Agustín y a todos aquellos que de una forma u otra siguen la espiritualidad agustiniana. Desde aquí mi más sincera felicitación con todo el corazón.
Como sabemos son muchas las órdenes que siguen la regla de San Agustín. He tenido la gran suerte de conocer a comunidades muy santas que siguen esta regla, ya no en teoría, sino también en práctica, es decir, que hablar con ellos es adentrarse más en el corazón de San Agustín y del mismo Cristo.
Este verano he tenido la oportunidad de leer las “Confesiones”, obra autobiográfica escrita por este santo. Es ahí donde descubrí la “espiritualidad del corazón”. Como consagrado al Corazón de Cristo podría contaros muchísimas cosas que he descubierto gracias a esta santa lectura. Pero hoy creo que es más importante que os hable del otro gran descubrimiento.
A menudo me pregunto cómo vivir más fielmente la vocación en medio de este mundo. Reconozco que las primeros capítulos del libro, me turbaron muchísimo. Lo mismo me ocurrió con San Francisco de Asís. Pero, en ambos casos, sentí una gran felicidad cuanto más profundizaba pues veía la forma que tenía Dios de actuar.
Me da la sensación de que cuando vemos unas vidas llenas de tanto pecado y que luego tanto se llenan de Dios y de virtud, hacemos una lectura rica pero una práctica pobre. O eso es al menos lo que a mi me ocurre.
Gracias al grandísimo Amor de Dios, ellos fueron recibidos en su Corazón a pesar de los pecados. Y tanto supieron aprovechar esta oportunidad, que son ejemplos hoy día. Así, pues, tenemos una forma genial de vivir nuestra vocación de una forma más fiel al Evangelio: el hermano pecador. Es ahí donde tenemos una gran oportunidad de amar a Cristo.
¡Podemos aprender muchísimo! Creo que poco me equivoco cuando pienso que acoger es el verbo que menos practicamos. Acoger al pecador nos cuesta, mucho. La caridad intentamos llevarla a la práctica con los hermanos de la parroquia, con la familia e incluso con los pobres o los enfermos. Ahora bien, ¿y con los pecadores? Debo reconocer que más de una vez he querido confesarme y han tenido que pasar muchos días hasta ver a un sacerdote en un confesionario tanto aquí, en Granada, como en Madrid y en mi pueblo. Pues bien, si vemos estas cosas, podemos cambiarlas. Aquel que molesta es aquel por el que vino Dios a la Tierra.
Despreciar al pecador nos crea una doble sensación: pensamos que nosotros no somos “tan pecadores” y eso nos lleva una altivez para nada cristiana. Os animo a que acojamos a nuestros hermanos pecadores, y con pecadores me refiero a todos, sin ninguna excepción, a todos los hermanos, sin discriminar a uno u a otro. Todos somos pecadores, no sólo los que se les conoce públicamente el pecado.
Os encomiendo a María, refugio de los pecadores. La vocación sólo tiene sentido si va orientada a los hermanos, a todos los hermanos.
Sí, amigo Francisco, pero el término más apropiado es A Dios en los hermanos. La vocación es para servir a Dios en los hermanos y es vertical.
ResponderEliminarCon ternura
Sor.Cecilia